Viernes, 16 agosto 2002 Año III. Edición 433 IMAGENES PORTADA
Semblanzas
La voz de Tito Gómez

De las múltiples versiones de 'Vereda tropical', la del cantante, muy a su pesar, resultó definitiva.
por JOAQUíN ORDOQUI GARCíA, Madrid Parte 1 / 2
Tito

Es habitual que cantantes y actores con nombres o apellidos comunes los cambien por otros más sonoros y poco frecuentes (sobre todo cuando comienzan sus carreras) para ser recordados con más facilidad por el público. Sin embargo, José Antonio Tenreiro Gómez hizo exactamente lo contrario: suprimió el Tenreiro y redujo el José Antonio a un familiar "Tito". El motivo de esta operación casi mágica era que el apellido paterno tenía resonancias excesivamente gallegas y, ya se sabe, gallego en Cuba es sinónimo de falta de sentido del ritmo, de imposibilidad de abordar las complejidades sincopáticas de nuestra música popular.

Pepito Tenreiro había nacido en el seno de una numerosa familia gallega (diez hermanos) en Belén, en 1920, en día y mes no precisados en la bibliografía recurrente (Díaz Ayala, Orovio). Desde pequeño gustó del canto y la influencia familiar lo encaminaba hacia la música "fina" (zarzuela, teatro lírico), pero el barrio tiraba para otro lado: rumbas, sones, guarachas... ya se sabe. Al principio pudo más el hogar y sus primeras presentaciones estuvieron dedicadas a María La O y Rosa la china, que le valieron algunos premios, y más tarde se presentó cuatro veces en la Corte Suprema del Arte (programa de la emisora radial CMQ dedicado a descubrir talentos musicales), ya con obras más populares. Sus primeras incursiones profesionales las hizo en Santa Clara (hacia donde se desplazó circunstancialmente), en 1939 o 1940 con la Orquesta Montecarlo, dirigida por Julio Cueva, aunque según su apreciación (Félix Contreras, La música cubana, una cuestión personal) "...mi comienzo profesional fue, ya de regreso a La Habana, con la Casino Biltmore, de Osvaldo Estivil..."

Ya para entonces, Pepito Tenreiro poseía todos los elementos que garantizarían su arrollador triunfo poco tiempo después: una excelente voz (tanto por su timbre como por su potencia), la extraña posibilidad de abordar con igual maestría los géneros más disímiles (boleros, guarachas, rumbas y cha cha chás) y una capacidad improvisatoria que desarrollaba como nadie durante los montunos, cuando se encontraba ante los bailadores, hasta el punto de ser capaz de alargar una pieza durante más de media hora sin repetir estrofa. En una conversación sostenida con el periodista Jorge Smith, Tito Gómez aclaró las razones de esa singularidad: "No puedo repetirme, no tengo esa habilidad".

Además de sus méritos profesionales (Miguelito Valdés y Benny Moré lo consideraban el mejor improvisador de la música cubana), el todavía Pepito Tenreiro tenía un valor añadido: era blanco, muy alto, sus ojos eran azules; era, según los cánones imperantes, hermoso. Y eso era muy importante en una sociedad que impedía el acceso de negros y mulatos a muchos espacios considerados selectos, como los clubes de la alta burguesía. Con excepciones como Roberto Faz o Roberto Espí, la mayoría de los grandes cantantes cubanos eran negros o mulatos, así que para los empresarios musicales debe haber sido como encontrar una mina de oro el hallazgo de aquel joven que, además de ser grande entre los grandes, podía presentarse sin problemas en los lugares más exclusivos, es decir, excluyentes.

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