| Siro 'El Grande' |
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| Un homenaje a la segunda —pero más importante— voz del Trío Matamoros. |
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| por JOAQUíN ORDOQUI GARCíA, Madrid |
Parte 1 / 2 |
El 8 de mayo de 1925, Miguel Matamoros celebraba su 31 cumpleaños y su amigo y compañero musical, Rafael Cueto, invitó a un cantante algo más joven a la fiesta de rigor, seguramente pautada por infinitos rones y acaso sedimentada con macho asado y congrí. Aunque lo más importante venía después, cuando los trovadores sustituían platos por guitarras y comenzaba el jolgorio. Pero ese 8 de mayo la fiesta devendría en milagro: había nacido una de las instituciones más sólidas y duraderas de la música cubana, el Trío Matamoros, que se conservó activo durante más de 40 años (probablemente la agrupación que durante más tiempo mantuvo intactos sus elementos básicos) y del cual salieron algunas de las más significativas canciones de nuestro repertorio.
Intentar explicar la magia del trío es tan difícil como argumentar acerca del fenómeno Beatles. A diferencia de otras agrupaciones, como La Sonora Matancera, los Matamoros no basaron su éxito en búsquedas constantes, sino en su capacidad para mantener los mismos integrantes. Es cierto que adoptaron todos los formatos soneros que se generaron en Cuba entre 1920 y 1940 (sexteto, septeto, conjunto y hasta orquesta), y cierto también que introdujeron eventualmente nuevas voces, como las de Benny Moré, Carlos Embale e, incluso, una femenina, la de La Mariposa, compañera sentimental de Miguel. Pero esas aventuras fueron sólo especiería: el sabor fundamental del trío se mantuvo casi igual a sus orígenes, el memorable 8 de mayo de 1925, o, si se quiere, el más determinante 28 de mayo de 1928, cuando realizó sus primeras grabaciones para la Víctor en New Jersey.
La enormidad de Miguel, su talento como compositor y como empresario, opacaron a los otros componentes del trío, indispensables ambos para entender su éxito colosal. Quien interesa en este caso es Siro, acaso la segunda voz más memorable del son, cuya calidez y picardía, su forma de decir y su acople con la prima de Miguel son responsables, en gran medida, de la efectividad de esta legendaria agrupación. Es el único caso destacado en que una segunda voz tiene tanta o más importancia que una primera, y parece que Matamoros lo percibió así desde el primer momento.
Nació Siro Rodríguez (Siro El Grande, ¿por qué no?) en Santiago de Cuba, el 9 de diciembre de 1899, y aunque desde niño cantaba, como la mayoría de los músicos populares de principios del siglo XX, tuvo que simultanear sus actividades trovadorescas con otra que le permitía sobrevivir, la herrería en su caso. Aunque su primera presentación pública fue en 1915, según Helio Orovio, su historia musical comienza y termina con la del trío, al igual que la de sus otros dos componentes. De las más de trescientas piezas grabadas por los Matamoros a lo largo de su existencia, fue autor o coautor de 26, entre las que se incluyen sones, boleros, boleros sones, rumbas y guarachas. Es decir, fue el segundo en importancia después de don Miguel y el más rumbero de todos, aunque tal vez habría que decir el más conguero, ya que muchas de las obras registradas como rumbas son en realidad congas (dada la popularidad que tuvo el trío, no sería extraño que fuera uno de los responsables de la difusión de la palabra rhumba en los Estados Unidos.) Y aunque las obras de Siro no están entre las más conocidas, gozan de una indiscutible calidad. Aportó, además, uno de los estándares más conocidos del son, Camina y ven pa´la loma.
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