Lunes, 24 junio 2002 Año III. Edición 394 IMAGENES PORTADA
Semblanzas
Cuní, el mejor sonero

A diferencia de otros grandes de la música cubana, Miguelito no fue olvidado en vida.
por JOAQUíN ORDOQUI GARCíA, Madrid Parte 1 / 2
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Miguelito Cuní y el Conjunto Modelo

A partir de la década de gestación del son como el género cubano por antonomasia, es decir, los años 20, se desarrolló una verdadera pléyade de grandes compositores, instrumentistas y cantantes que se convertirían en verdaderas leyendas durante la primera mitad del siglo XX y que dotaron a esta modalidad de sabores propios. Estos hombres y mujeres crearon una estética que se establecería como canon, al cual se recurrirá en años posteriores para, desde él, elaborar nuevas proposiciones sonoras. El enriquecimiento del son, con sus formatos instrumentales y corales, continuó durante los años posteriores, hasta alcanzar su cenit en los años 40, con la creación del conjunto: tres, piano, 2 o 3 trompetas, tumbadora, bongó, contrabajo, maracas y claves, así como la definición de un cantante solista, acompañado por un coro formado por dos o más voces. Esta estructura sería la última formación sonera propiamente dicha, ya que en años posteriores el género se desarrollaría desde formatos orquestales de otros orígenes, como la jazz band (Benny Moré) o la charanga (Juan Formell).

Entre los muchos cantantes del período, un selecto grupo quedó para el recuerdo e, incluso, la veneración de generaciones posteriores. No cabe la menor duda de que Miguelito Cuní es uno de ellos. Su voz devendría en emblema, a partir de la década del 40, desde los conjuntos de Arsenio Rodríguez, primero, y Felix Chapottín, después, hasta el punto que el musicólogo Cristóbal Díaz Ayala llega afirmar que es "el mejor sonero de Cuba".

Nació con el nombre de Miguel Ángel Conill, el 8 de mayo de 1917 (según unos) o en 1920 (a decir de otros), en Pinar del Río, donde inició su carrera en diferentes agrupaciones, como Los Caramelos, Lira, Caridad y las orquestas de Jacobo Rubalcaba y Fernando Sánchez.

En 1938 arribó a La Habana, animado por Ernesto Muñoz para cantar con su orquesta, según indica el periodista Leonardo Depestre. En la capital trabajó con diferentes formaciones, muchas de ellas de primera línea, como las orquestas de Ernesto Muñiz y Arcaño y sus Maravillas, aunque fue en el Conjunto de Arsenio Rodríguez donde encontró su entorno y su destino. Puede afirmarse que la grabación El guayo de Catalina, realizada a principios de la década del 40, marca definitivamente su entrada en la posteridad.

A partir de la emigración de Arsenio a los Estados Unidos, Félix Chapottín quedó a cargo del conjunto, que fue rebautizado en 1950 como Chapottín y sus estrellas, cuyos pilares fueron Luis Lilí Martínez Griñán y el propio Miguelito, que grabó durante esa década verdaderos clásicos como los sones Quimbombó que resbala y Carbonero, además de una excelente colección de guaguancós y algunos boleros memorables, entre los que destaca la más famosa versión de Convergencia. Porque Cuní, como Abelardo Barroso, Benny Moré y Carlos Embale, es uno de los poquísimos cantantes que ha podido transitar con felicidad estos tres géneros, estructuras básicas de la música popular cubana.

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