Lunes, 24 junio 2002 Año III. Edición 394 IMAGENES PORTADA
Semblanzas
Fernando Storch: el perfecto desconocido

De pitcher a protagonista de la introducción de la música cubana en Estados Unidos.
por JOAQUíN ORDOQUI GARCíA, Madrid Parte 1 / 2
Fernando Storch
Fernando Storch

Fernando Storch es, para la gran mayoría de los cubanos, un perfecto desconocido. Fue, sin embargo, uno de los protagonistas de la introducción de la música cubana en los Estados Unidos y, por tanto, una de las génesis de la salsa.

Nació este sonero improbable en La Habana, el 30 de mayo de 1904, para Cristóbal Díaz Ayala, o en 1905, según nota al CD-038 de Tumbao que carece de firma, pero que puede proceder de Jordi Pujol. Descendiente de familias alemanas y españolas (aunque sus padres eran cubanos), Fernando fue difícil heredero de una tradición sandunguera y mestiza.

En su cuento El Sur, Jorge Luis Borges recrea la figura de Juan Dahlmann, de raigambre germana y nacido en Buenos Aires, quien opta por un criollismo discreto, pero no por ello menos fervoroso. Algo similar parece haberle ocurrido a Storch, quien no sólo fue un destacado embajador musical en New York, sino que en su juventud destacó como pitcher en las ligas universitarias, y también practicaba boxeo.

Sus primeros contactos con la música no presagiaban su devenir. Cuando tenía 14 años comenzó a estudiar el saxofón y a los 20 —en 1925— fundó su primera agrupación, los Krazy Kats: tres saxofones, trompeta, piano, bajo y banjo, es decir, nada excesivamente criollo, pues ni siquiera incluía una tímida percusión. Esta incipiente jazz band debía sonar muy bien, ya que Lecuona la incluyó como acompañante de Rita Montaner en un espectáculo que presentó en el teatro Payret.

En 1927, Storch emigra a Detroit —el emporio automovilístico norteamericano— y se dedica a buscarse la vida en una de sus grandes factorías: la Ford. En 1930, precisamente el año de la grabación de El Manisero, primer gran hit parade cubano en los Estados Unidos, se traslada a New York, donde retoma su carrera musical dejando a un lado, eso sí, el saxofón, y asumiendo el tres como su instrumento definitivo. Funda varias agrupaciones efímeras, entre ellas el Cuarteto Borinquen y el septeto Los Ecos de Cuba. En 1933 su agrupación se denomina Cuarteto Storch y se busca la vida tocando de mesa en mesa en el restaurante español El Toreador, entre otros lugares.

El propietario del restaurante le hizo la obvia observación de que semejante nombre no contenía excesivas connotaciones cubanas o caribeñas, así que Fernando optó por cambiarlo, y también el de su cuarteto, por Caney, de más criolla evidencia. Aunque el recién bautizado grupo alcanzó cierto éxito en sus presentaciones en vivo, fue cinco años después, con sus primeras grabaciones, cuando se instaló definitivamente en el gusto y la memoria de la comunidad latina de los Estados Unidos, especialmente en la puertorriqueña de New York. Las razones de este súbito triunfo las expone Díaz Ayala en un artículo publicado en CUBAENCUENTRO el 7 de enero de 2002, y que paso a resumir.

En 1935 Antonio Machín, una figura reconocida y apreciada por los puertorriqueños que habitaban en la Gran Manzana, decide quedarse en Europa, con lo que se crea un vacío que es necesario llenar, pues hay un interesante y creciente mercado a la espera. Ralph Pérez, director artístico de la sección latina de la Columbia, decide ofrecer esa oportunidad al Cuarteto Caney de Storch, pero con una condición: sustituir a su cantante habitual, el puertorriqueño Johnny López, por el cubano Panchito Riset, uno de los grandes de la época, paradójicamente más conocido por los boricuas (el mercado principal) que su compatriota López. Este matrimonio por interés sólo funcionaba en las grabaciones, ya que en las presentaciones en vivo Storch prefería a su cantante de siempre.

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