Lunes, 11 marzo 2002 Año III. Edición 319 IMAGENES PORTADA
Semblanzas
Ernesto Lecuona

El compositor y el concertista en una sola pieza.
por JOAQUíN ORDOQUI GARCíA, Madrid Parte 2 / 2

El teatro bufo fue el gran precursor del primer show bussines que se desarrolló en Cuba, el teatro musical, que tuvo su época de esplendor en los míticos Martí y Alahambra y cuya influencia en el devenir de la música cubana es enorme, no sólo porque en él se desarrollaron algunas de sus figuras más prominentes, como Jorge Ankermann, Eliseo y Emilio Grenet, Moisés Simons, Rita Montaner, Bola de Nieve y el propio Lecuona, sino también porque en su interior se crearon los moldes de una forma de concebir la música cubana muy relacionada con la música ligera norteamericana, que incorporaba también los sabores de otras latitudes, como Francia y España, y que propició su enorme éxito en Estados Unidos y Europa. En ese entorno se elaboraron los cánones de la zarzuela cubana, que tuvo en Gonzalo Roig, Rodrigo Prats y en Lecuona, sus principales exponentes. Otros géneros que tendrían gran importancia en el devenir de nuestra música, como la guaracha y el llamado tango-congo o simplemente "afro", se desarrollaron en ese medio. En un país cuya historia ha estado y está agobiada por el racismo, el mestizaje musical (por superficial que pueda parecer) protagonizado por figuras como Lecuona y trasladado a los grandes escenarios fue, sin dudas, una contribución necesaria a esa integración plena a la que debíamos aspirar. Como contrapartida, hay que decir que esas formas suavizaron en extremo los sabores de nuestra música, la cual, como se había visto antes con Matamoros, Piñeiro o María Teresa Vera, y como se vio después con Chano Pozo, Chico O'Farrill, la Aragón, Benny Moré o Irakere, podía ser aceptada con todas sus especias. Leonardo Acosta y Cristobal Díaz Ayala afirman que el balance de esas hibridaciones no siempre felices fue, a la larga, positivo (en realidad Díaz Ayala es un decidido admirador de Lecuona).

Como pianista, Ernesto Lecuona inicia su exitosa carrera internacional en 1917, en el Aeolian Hall de New York. Más tarde recorrería escenarios de toda América y gran parte de Europa interpretando, sobre todo, su propia música, de la que hay que destacar, como ya se ha dicho, sus danzas para piano. Acerca de su Malagueña, Paderewsky llegó a afirmar: "No sé que admirar más, si al pianista genial o al compositor sublime".

Tenía un carácter emprendedor y mentalidad de empresario, además de una enorme capacidad de trabajo. Estas características (y su pasión por el "buen vivir") hicieron de su vida una continua gira y una constante generación de proyectos de todo tipo, que incluían revistas musicales, conciertos de Gershwin, teatro, musicalización de películas en Hollywood, conciertos típicos... Si a ello sumamos la composición de aproximadamente mil obras, que incluyen prácticamente todos los géneros, no es gratuito preguntarse qué tiempo le quedaba para gastar las importantes sumas de dinero que ganó y derrochó a manos llenas. Contribuyó, con generosidad, al desarrollo musical y comercial de muchas figuras, como Rita Montaner, Bola de Nieve, Esther Borja o Armando Oréffiche, a quien permitió usar su nombre en la afamada jazz band cubana Lecuona Cuban's Boys.

Una vida semejante tiene, por necesidad, que estar llena de anécdotas. Por ejemplo, Alejo Carpentier, que en 1945 lo ignorara en el ya mencionado libro, fue el encargado de presentarlo en París, en 1928. Otra: un hombre que se pasó media vida viajando, lo hizo casi siempre en barco, pues le tenía pánico a los aviones. Una más: el célebre músico español Joaquín Turina escribió acerca de él la colección de disparates más desconcertante que se pueda imaginar: "Ernesto Lecuona, verdadero rapsoda de su país, descendiente de los trovadores medievales, es el prototipo del músico intuitivo que compone y adapta las danzas y canciones indígenas..."

Fue, sin la menor duda, el compositor más famoso que ha dado Cuba (su obra incluye una ópera no estrenada) y quien más hizo para la internacionalización de nuestra música. Pero... con figuras como Lecuona siempre aparece la misma pregunta: ¿adónde hubiera podido llegar si se hubiera concentrado en su labor como creador o como pianista concertista? La pregunta, claro está, puede resultar baladí. Hizo lo que hizo y fue lo que fue, que no es poco. Muchas de sus canciones, como Siempre en mi corazón, Canto siboney, Malagueña y Damisela encantadora, no sólo han formado parte del repertorio internacional durante más de medio siglo, sino que reaparecen a cada rato, como si cada generación las redescubriera. De hecho, forman parte del inconsciente colectivo de la civilización occidental, hasta el punto de que sus melodías son reconocidas por personas que no recuerdan cuándo ni cómo las escucharon y que desconocen del todo su procedencia.

Murió el 29 de diciembre de 1963 en Santa Cruz de Tenerife, Canarias, España, y su anécdota final consiste en que su cuerpo fue embalsamado para una permanencia de 35 años, váyase a saber por qué. Viajero hasta en su nueva condición de cadáver, fue enterrado en un cementerio del Estado de New York.

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