Lunes, 11 marzo 2002 Año III. Edición 319 IMAGENES PORTADA
Semblanzas
Freddy

Una semblanza de la única cantante que ha tocado las estrellas.
por JOAQUíN ORDOQUI GARCíA  
Freddy

Respondía al imposible nombre de Fredesvinda, y debe su segunda fama a Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante, donde se convierte en personaje bajo el pseudónimo de Estrella, y cantaba boleros. Y los cantaba capítulo a capítulo en lo que ha resultado —además de ser una de las más grandes novelas de la literatura cubana— la biografía dudosa de una de las voces más desconcertantes que se puedan escuchar, capítulos que se convierten en una nueva novela, Ella cantaba boleros, publicada en 1996:

"Y sin música, quiero decir sin orquesta, sin acompañante, comenzó a cantar una canción desconocida, nueva, que salía de su pecho, de sus dos enormes tetas, de su barriga de barril, de aquel cuerpo monstruoso, y apenas me dejó acordarme del cuento de la ballena que cantó en la ópera, porque ponía algo más que el falso, azucarado, sentimental fingido sentimiento de la canción, nada de la bobería amelcochada, del sentimiento comercialmente fabricado del feeling, sino verdadero sentimiento y su voz salía suave, pastosa, líquida, con aceite ahora, una voz coloidal que fluía de todo su cuerpo como el plasma de su voz y de pronto me estremecí (...)".

Aunque la opinión sobre el feeling sea discutible, habrá que concordar con esa dimensión demente de Fredesvinda, La Freddy, que nació con los apellidos García Herrera, en 1935, en Céspedes, pequeño pueblo de la provincia de Camagüey, aunque su vida conocida se inicia en La Habana, en los años cincuenta y en un bar llamado Celeste, donde sus fans acudían como quien va a un templo. En una Habana donde cada noche había la posibilidad de presenciar la actuación de una verdadera pléyade de grandes cantantes y músicos, el bar Celeste (Infanta y Humboldt) se llenaba de conocedores que, por medio del boca a boca, se habían enterado de la existencia de aquel extraño animal. Porque todo en ella era insólito y excesivo: más de doscientas libras de peso, un cuerpo radicalmente depilado (¿realidad o ficción de Cabrera Infante?) y una voz que compartía las sonoridades de un saxo barítono, de un ciervo en celo y del mar embravecido. Era empleada doméstica y dicen que cantaba a capella. Según su célebre e involuntario biógrafo se resistía a cualquier acompañamiento, como si depender de otros músicos significara un freno para sus rotundas expansiones. Fue descubierta, como un nuevo continente, por Carlos Palma, empresario que le dedicó una crítica feliz y llena de consecuencias, ya que poco después la encontramos en el cabaret del hotel Capri —eso sí, con obligatorio acompañamiento orquestal. Después vino una presentación en la tele, junto a Benny Moré y Celia Cruz. Enfática como en todo, afirmó que después de aquello ya podía morirse.

Poco después grabó un disco en el que los no del todo apropiados arreglos de Humberto Suárez hacen que una jazz band compita con su voz, al cual, al menos en esas grabaciones, recuerda el timbre de la Vaughan, aunque más grave que el de la genial jazzista norteamericana. Parecía salir de sus abundantes entrañas, como si en ella participaran los intestinos, el estómago, los ovarios, el hígado y el corazón; corazón que le había dado un buen susto a finales de 1959, por medio de un infarto premonitorio. Cabrera Infante prefiere atribuir los armoniosos ronquidos de la Freddy a sus tetas. El caso es que todos percibimos que esa voz salía de otro lugar, no sólo de su garganta. Dicen, también (en ella todo ronda el mito), que la muestra que hoy podemos escuchar no permite percibir toda la intensidad que desbordaba en el bar Celeste. Lo creo, pero no logro imaginar cómo podía llegar más lejos.

Poco tiempo después viaja a Miami y luego a Puerto Rico, donde radica en la casa de Bobby Collazos, el gran compositor boricua de (entre otras muchísimas cosas) La última noche, que acaso interpretó alguna vez la Freddy, o que debería haber incluido en su repertorio.

Tal vez lo hizo, pues el 30 de julio de 1961 hubo una animada tertulia en casa de Bobby y ella cantaba boleros y lo hizo hasta tarde...

Al día siguiente se repitió el infarto, pero esta vez no lo sobrevivió. Imprecisa es la fecha exacta de su nacimiento, no la de su muerte, que ocurrió el 31 de julio de 1961, como ya habrán calculado.

Además de su devenir en personaje novelero, nos ha dejado ese disco, incompleto e imperfecto, de acuerdo, con algunas canciones que sobran y otras que faltan, sin duda. Pero menos mal que quedó esa muestra de la que fue, probablemente, la cantante cubana más extraordinaria de la que hay registro, y que llegó a las estrellas.


Imprimir Imprimir Enviar Enviar

En esta sección

Ernesto Lecuona
JOG, Madrid
Chico O'Farrill
Mario Bauzá
Barbarito Diez
Pedro Luis Ferrer
NOTICIERO
SOCIEDAD
ECONOMÍA
CULTURA
INTERNACIONAL
DEPORTE
MÚSICA
semblanzas
dulce cantar
OPINIÓN
DESDE...
ENLACES
Chat
ENTREVISTA
Cartas
BUSCADOR
Galeria
EDICIONES
» Actual
« Anterior
» Siguiente
Seleccionar
D:  
M:  
A:  
   
Salto
 
 
PORTADA ACTUAL NOSOTROS CONTACTO DERECHOS SUBIR
 
© 1996-2003 Asoc. Encuentro de la Cultura Cubana.