Lunes, 11 marzo 2002 Año III. Edición 319 IMAGENES PORTADA
Semblanzas
Pedro Luis Ferrer

por JOAQUíN ORDOQUI GARCíA Parte 1 / 2
Pedro Luis Ferrer

Pocos, muy pocos músicos ha producido Cuba que contengan tantas deliciosas contradicciones como Pedro Luis Ferrer, uno de esos raros fenómenos humanos y estéticos que se ha permitido mi generación, es decir, aquella que nació en los años 50 de un siglo que se nos fue entre las manos sin darnos cuenta y sin que podamos entender del todo cuál fue su legado. Guarachero y cantautor, tierno y contestatario, decimista y experimental, musicalizador de poetas y poeta por derecho propio, sonero y compositor de obras para guitarra clásica, urbano y rural, cubano y universal, rockero y nuevo trovador... Pedro Luis no es sujeto para clasificaciones: todos los compartimentos le quedan estrechos, como si su voluminosa naturaleza coincidiera con la amplitud de su despierta inteligencia.

Para mí hablar de él es, ante todo, hacerlo del amigo que siempre estuvo ahí en tiempos difíciles, es recordar al socio con el cual intentaba entender y recomponer una realidad cada vez más ininteligible, es evocar al inconformista risueño y encabronado que procuraba una intransigencia permanente con el disparate cotidiano...

Pero como ésta no es la historia de mis remembranzas, debo decir que Pedro Luis nació el l7 de septiembre de 1952, en Yaguajay, antigua provincia de Las Villas, en el seno de una familia culterana y comunista. Su vocación de out sider se manifestó precozmente. Termina el sexto grado en La Habana, pero el primero de secundaria le cuesta varios intentos infructuosos, acaso porque cualquier relación de la sensibilidad y la inteligencia con lo que fueron las escuelas de aquellos años no era una mera coincidencia, sino una abierta contradicción.

Así pues, comienza desde la niñez una de las carreras más divertidas y con mayores posibilidades, la de autodidacta, que le permite transitar sin ideas preestablecidas las más variadas formas musicales y poéticas.

A mediados de los 60, es decir, cuando tenía 15 o 16 años, forma parte del cuarteto Los Nova, lo que le permite conocer una de las estructuras básicas de nuestra tradición musical: el manejo de voces diversas. Poco tiempo después, en 1969, se integra a Los Dada, una de las agrupaciones de rock más importantes de la época. Durante esa precoz aventura didáctico-musical conoció a algunas de las personas que influyeron en su formación y estética: Carlos Alfonso, Alfredo Áreas, Mike Porcell, Leopoldina Núñez y Victor Zayas, de quienes recibe las más disímiles lecciones: coros, rock, guitarra clásica y orquestación.

A comienzos de los 70 comienza a definirse en Cuba esa cosa informe que se llamó "nueva trova" y que mezclaba, con total impudicia, grandes talentos con mediocridad militante, profesionales de gran nivel con aficionados sin vocación, honestidad desgarrada con vil oportunismo... pero todo eso lo supimos después. Entonces, era casi la única vía hacia la contemporaneidad y, por supuesto, Pedro Luis se incorporó de alguna forma al movimiento, sin asumir su manipulada militancia.

Un poco dentro de esa estética, aunque sin involucrarse demasiado, desarrolla las dos vertientes que han caracterizado casi toda su obra desde entonces: la íntima, que lo llevó a su primera fama con Romance de la niña mala (poema de Raúl Ferrer musicalizado por Pedro Luis), y que propició también una preciosa versión del poema La eternidad comienza un lunes, de Eliseo Diego; y la abiertamente guarachera, de la que es el mejor compositor que ha dado Cuba en los últimos 40 años. Como buen trovador, que también es eso, mantiene una relación muy especial con su guitarra, tan especial que lo llevó a interpretar obras de Leo Brouwer, Carlos Fariña, Harol Gramatches, Edgardo Martín, Albeniz, Tárrega y otros compositores de culterana tradición.

En aquella época, algunos escritores del Caimán Barbudo como Jesús Díaz, Guillermo Rodríguez Rivera y Wichy el Rojo (alias Luis Rogelio Nogueras), solían redactar simulados e implacables epitafios en los que, de forma humorística, se describía la personalidad de algunos artistas y escritores. No se publicaban, sino que corrían de boca en boca y fueron sus víctimas, entre otros, José Lezama Lima, Roberto Fernández Retamar y una larga lista que incluía a Pedro Luis Ferrer, cuyo ¿panegírico? rezaba:

Gordo, gordo, como un cerdo,
murió por no estar de acuerdo.

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