Pedro Luis Ferrer |
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por JOAQUíN ORDOQUI GARCíA |
Parte 2 / 2 |
Su exceso de peso (característica que he compartido con mayor frecuencia que la deseada) era sólo el pretexto para llegar a su sempiterno inconformismo, que hizo de él una figura poco simpática, a pesar de su humor y de su gracia.
Recuerdo que, cuando llegué a Perú a finales de 1987, algunos militantes de izquierda le reprochaban que se había negado a ofrecer un recital gratuito en un barrio popular. No podían comprender a un hombre, todavía joven, pero no tanto, al cual habían obligado a darlo todo y siempre gratis. Esa izquierda lo anatematizaba desde automóviles de los que Pedro Luis y la inmensa mayoría de los cubanos carecíamos, vestida con ropas que no teníamos y comida y almorzada con alimentos que eran verdaderos manjares para nosotros...
Por suerte para él, y para nosotros, claro, supo seguir su personal camino y hacerse sus propios espacios. Sin arrogancia, pero sin falsa modestia.
De todos esos espacios, es como compositor de guarachas que ha encontrado su plenitud, al menos así lo creo. Su talento en el género se evidenció desde el principio, con una obra como Son de la suerte esdrújula, en el que logra una curiosa síntesis entre la tradición más popular (juega con la rima esdrújula que ya había practicado Miguel Matamoros en El paralítico) y experimentos verbales contemporáneos, zona en la que colinda con la nueva trova.
Ya en los 80 aparecen sus célebres Inseminación artificial y Cómo me gusta "hablal" español, a las que siguen obras como Mario Agüé o Yo no tanto como él (entre otras cosas, una sutil y graciosa parodia a la forma de versificar de Nicolás Guillén), en las que logra una forma de humor que tuvo su apogeo a principios de siglo, en el teatro bufo, que continuaron, desde vertientes distintas, autores como Ñico Saquito o El Guayabero, y que siempre ha estado presente en la música campesina, fuente a la que Ferrer acude con frecuencia.
Su relación con la tradición incluye la burla de la realidad política y social que lo circunda, que asume y canta con un lenguaje picaresco que busca las contradicciones en los recovecos de la cotidianeidad.
Una de las características que siempre he encontrado en Pedro Luis es su grado de conciencia, el no depender sólo de su intuición para aprehender la realidad. Buena prueba de ello es el siguiente fragmento de una entrevista:
"Hay muchas cosas que fueron cubanas en un momento dado, y seguirán siéndolo sólo atendiendo a la historia. Pero únicamente en la medida en que los valores creados en el pasado continúan siendo necesarios en nuestra sensibilidad como pueblo (o elite), sólo entonces merecen ser denominados tradicionales.
Hay una concepción dictatorial que se ejerce en nombre de la nacionalidad, que pretende decirnos que Cuba ya fue realizada y que para ser cubano es obligatorio crear y comportarse dentro de los patrones que nacieron en el pasado desde otros hombres y otra inteligencia y sensibilidad; una concepción absurda y a veces de dudosa intencionalidad".
La discografía de Pedro Luis Ferrer no es tan extensa como cabría esperar. Las razones son claras: a pesar de haber colaborado en varias ocasiones con las más oficiales instancias, nunca fue un músico oficial. Su llegada al mercado internacional ha sido, además, tardía. Conozco Debajo de mi voz, Espuma y Arena (ambos vinilos de la década de los 80), 100% cubano, Lo mejor de Pedro Luis (antología), y Pedro Luis Ferrer (éstos últimos editados en los 90). Ha realizado giras por diferentes países de América, Europa y África, e incluso Celia Cruz le ha grabado por lo menos una guaracha, Mario Agüé, lo cual es una forma de consagración.
Pero lo mejor de todo, sin duda, está por venir.
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