Martes, 16 octubre 2001 Año II. Edición 214 IMAGENES PORTADA
Semblanzas
Cristóbal Díaz Ayala

por JOAQUíN ORDOQUI GARCíA Parte 1 / 3
Cristóbal Díaz Ayala
Cristóbal Díaz Ayala

Nuestro personaje de hoy no es un compositor ni un cantante ni un músico. Tampoco se trata de un musicólogo o teórico. Sin embargo, es una de las personas que más hecho por la conservación y difusión de la música cubana. Su relación profesional con ésta tiene un origen significativo: comenzó como coleccionista de discos.

Las posibilidades que se abren con las sucesivas tecnologías destinadas a grabar el sonido significaron la mayor revolución de que ha gozado la música popular, mucho mayor incluso que la radio o la televisión. Quienes disfrutan de la música, encontraron en estos soportes la forma de establecer una relación distinta y mucho más permanente con su afición. Ello propició el coleccionismo discográfico, hobby que en algunos casos devino profesión.

Cristóbal Díaz Ayala nació en La Habana, el 20 de junio de 1930 y fue, ante todo y como muchos otros, deslumbrado por el jazz, aunque pronto su sensibilidad le abriría otros caminos musicales. Como coleccionista, ha sido testigo de las diferentes evoluciones de los sistemas de grabación y de los soportes que las han sustentado. Su primera colección, compuesta por discos de 78 rpm, llegó a contar con unos dos mil títulos. En los años 50 inició otra aventura relacionada con el tema: una pequeña tienda en la que, entre otras cosas, se vendían discos. Mientras tanto, se dedicaba a cosas serias, como estudiar Derecho.

En 1960 viaja a Miami, donde permanece poco tiempo, pues en 1961 se traslada a San Juan de Puerto Rico, ciudad donde fijaría su residencia permanente. Allí tiene que hacer lo que todo emigrante: encontrar la forma de comenzar una nueva vida y ganarse los frijoles... y los discos. Lo consigue por medio de su profesión de abogado, a la que suma la de constructor. Ambas actividades le permiten una situación holgada que Díaz Ayala aprovecha para dar rienda suelta a su cordura. Es decir, retoma su afición y la potencia. Sin embargo, algo no funcionaba. Le preguntaban temas relacionados con nuestra música, para los que no encontraba respuesta, así que se decidió a investigar, primero en la biblioteca de la Universidad de Puerto Rico, después en Miami, más tarde en Nueva York y en la Biblioteca del Congreso en Washington. El fruto de tantos viajes fue la aparición de su libro: Música cubana. Desde el areíto a la Nueva Trova (1981), la primera historia publicada de la música popular cubana, documento de obligada consulta y que, entre otros muchos méritos, tiene el de vincular el desarrollo de la música en nuestro siglo con la historia de los medios que hicieron posible su divulgación: cilindros, discos, radio, televisión y victrolas. El principal defecto del libro es la falta de conocimientos acerca de lo que ocurría en nuestro panorama musical desde 1960, ya que fue escrito en un momento en el que las comunicaciones entre los cubanos de ambas orillas era prácticamente nulo, amén de que una parte muy importante de nuestro devenir musical no fue siquiera grabado y sólo una proporción mínima de lo grabado apareció en forma de discos.

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