Martes, 16 octubre 2001 Año II. Edición 214 IMAGENES PORTADA
Semblanzas
Ela Calvo

por JOAQUíN ORDOQUI GARCíA Parte 1 / 2

Las décadas de los 40 y los 50 fueron la época dorada de la música cubana; años de origen y esplendor de fenómenos y experimentos que han marcado pautas, tanto en Cuba como fuera de ella. Uno de los más significativos sería el filin, que renovaría el bolero a partir de una nueva forma de concebir la canción, tanto en su composición musical, su letra y su interpretación. Dentro de este proceso destaca un grupo de cantantes negras y mulatas que, bajo la influencia de Billy Holliday, Ella Fitzgerald y Sarah Vaughan, introducen la peculiar escala del jazz, con fracciones de tono inhabituales en Cuba. No sé exactamente cómo se adopta esa forma de cantar, pero parece evidente que Aida Diestro y su famoso cuarteto tuvo algo que ver con ello pues sus componentes hicieron suyo el nuevo estilo: Elena Burke, Omara Portuondo y Moraima Secada continuaron esta reciente tradición durante casi toda su carrera.

El Cuarteto D'Aida fue fundado en 1952. Tres años después, comenzó a escucharse en night clubs y cabarets a Ela Calvo, nacida el 18 de febrero de 1932, quien asumió también esta nueva forma de cantar.

En 1958 ya lo hacía en el casino del cabaret Tropicana (lo cual indica cierto éxito), pero fue la década de los 60 la de su triunfo definitivo y de la grabación de su primer LP, bajo la dirección del Niño Rivera y con un repertorio filinero basado en obras de César Portillo, José Antonio Méndez, Frank Domínguez y Marta Valdés, entre otros. Esta opera prima forma parte de lo más destacado de su trabajo y representa uno de sus mejores momentos musicales, cuando todavía pervivía algo del espíritu de la década anterior en los múltiples centros nocturnos de La Habana.

Porque los night clubs fueron —por suerte todavía lo son— una de las instituciones más tradicionales de la música cubana. Si las orquestas se probaban en los salones de baile, los y las boleristas y cancioneras encontraban en estos establecimientos el lugar natural para encontrarse con su público. Esta grata costumbre permite una relación íntima en un contexto apropiado, donde el ron y el amor (o la promesa del sexo) crean el clima propicio para las más disímiles voluptuosidades; o, simplemente, la posibilidad de escuchar a nuestro cantante favorito repetidas veces y a pocos metros de distancia. La Lupe en La Red; Freddy en el bar Celeste; El Benny en el Alí Bar; Pacho Alonso en el Sherezada; José Antonio Méndez en el Pico Blanco... y precisamente allí, en lo que fue a principios de los 60 la plaza filinera por excelencia, Ela Calvo encontró lo que sería su lugar durante años.

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