Muñequito racista |
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por LáZARO MORELL, Madrid |
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La guaracha surge como género en el siglo XIX y cumple un rol catártico desde el teatro vernáculo o bufo, donde sirve para expresar, de forma más o menos velada, las inconformidades, disgustos y frustraciones del pueblo cubano. En guaracha se decía lo que en serio no se podía o debía. Este papel saturnal abarcaba tanto el entorno sociopolítico como el íntimo, muchas veces entremezclados.
Aunque la guaracha tuvo su propia música poco a poco va perdiendo sus peculiaridades con el estallido del son en las primeras décadas del XX, al ser absorbida por el omnipresente ritmo, hasta el punto que la guaracha que hoy conocemos es, en realidad, un son rápido. Conservó, eso sí, el carácter desenfadado e irreverente de las letras, donde el doble sentido teje una segunda trama (en realidad la primera) que todos comprenden.
Entre los grandes compositores de guarachas destaca sobre todo Ñico Saquito, autor de El muñequito, pieza que estuvo prohibida durante la República por su carácter racista. Se trata de uno de esos textos que muchos cubanos quisieran obviar, porque muestra, de forma descarnada, la que pienso es nuestra peor faceta, tal vez la responsable intrínseca de la mayoría de nuestros males. De hecho, las evidentes alusiones sexuales pasan a un segundo plano ante la enormidad del desprecio mostrado por las características físicas de una proporción importante de nuestra población.
El muñequito (guaracha)
Ñico Saquito
Yo tengo el muñequito castigado y sin bailar, hoy hace un mes justico que no lo llevo a gozar.
Yo tengo el muñequito castigado y sin bailar, hoy hace un mes justico que no lo llevo a gozar.
Lo tengo castigado por canalla y sinvergüenza, lo llevo a una fiesta y al muy pícaro de cuentas le enseñé siete muñecas y con ninguna fue a bailar. Demonio de muñequito, qué pena me hizo pasar.
Le traje una blanquita y no quiso bailar, le traje una rubita y no quiso bailar, una americana y no quiso bailar, también una alemana y no quiso bailar, luego una italiana y no quiso bailar, le traje una española y no quiso bailar, una japonesa y no quiso bailar, le traje una mulata y no quiso bailar.
Y vino una negrita, que por cierto era un totí, era María Moñitos, bembúa y jocicúa, tenía la nariz chata y la bemba escarranchá, con eso el muñequito se me quiso alborotar.
(Improvisaciones del montuno)
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