Jueves, 23 enero 2003 Año IV. Edición 540 IMAGENES PORTADA
Música
Malena: la otra Burke

En el 'Hoy como ayer' de Miami tiene escenario cada sábado la única heredera de la Señora Sentimiento.
por ALEJANDRO RíOS, Miami  
Malena
Malena Burque (Pedro Portal)

Cuando se pierden las esperanzas en el cacofónico mundo de la música pop, donde incluso se contratan ingenieros en "gallos" (desafines) para los intérpretes bellos, sucede algo como Malena Burke y el alma regresa al cuerpo.

La única hija de Elena Burke, una de las más grandes cantantes que haya nacido y muerto en la isla de Cuba, se ha buscado un nuevo escenario para sus presentaciones en la ciudad de Miami, en el acogedor e íntimo night club Hoy como ayer, que administran con sensibilidad Fabio Díaz y Eduardo Llama, en el corazón de la Pequeña Habana.

Cada sábado, durante cerca de dos horas, sin respiro, sale a la pista a darlo todo. Entregarse en estas lides significa llorar y que se corra el maquillaje con un bolero, aunque haya sido entonado cientos de veces: "Se me cayó el caché", apunta presumida mientras enjuga sus lágrimas. Darse toda, con impudicia, tiene que ver con sonear, improvisar y conversar siguiendo un guión escrito en las nubes del cigarro y el sudor de los mojitos. "Esta es mi Biblia", dice al colocar su libreta de canciones sobre el atril.

En la mejor tradición de la penumbra habanera, el factor Burke se apodera de la noche para exponernos, vulnerables, a los designios de su majestad, la princesa heredera de tanto candor y energía. Desde que sale a la mínima escena acompañada por un trío de ases —su hija Lena en el teclado, el maestro Rafael Sánchez en el bajo y el joven baterista Joel del Sol—, el tiempo, que le pertenece, se detiene como en una amnesia colectiva donde cada cual hurga en la experiencia de conquistas y naufragios para el disfrute de tanto verso de bar y lírica sandunguera.

"No me han dicho nada de mi nuevo look. Tengo la Mónica Viti encaramada", se franquea con el público sobre su nuevo peinado. Y el proceso de pertenencia y seducción avanza con cada canción, contaminando la atmósfera.

Malena Burke tiene ese tipo de voz a la que nada humano le es ajeno, suerte de tesoro natural, educado en academia, por supuesto, pero capaz de remontar el vuelo de las tentaciones fuertes como sólo pueden hacerlo quienes están bendecidos más allá de cualquier aprendizaje. Comparte, además, otra de las virtudes de su madre cuando se apropia de canciones famosas fabulando versiones únicas que nunca se repiten en vivo.

Y es la circunstancia "en vivo" lo que hace especial esta presentación sin artificio ni trucos, visceral, donde ni siquiera hay una cuarta pared como en el teatro, sino espacios que se transgreden, sin distanciamiento posible. Hay parejas que se lanzan a la gozadera del baile cuando Malena sonea; otras personas le siguen las letras de los boleros mientras los aplausos anteceden y siguen, espontáneamente, cada canción.

Más allá de la mitad del recital la velada se embruja de feeling cuando le corresponde presentar "a un invitado muy especial", quien fuera durante los últimos años "el guitarrista de mi madre", Felipe Valdés. De cierta manera la magia de la Señora Sentimiento se corporiza cuando el joven ejecutante sigue, con especial libertad y cadencia, los giros y picardías de la hija.

La Habana siguió flotando en la velada pero los habaneros se pierden esta parte de una mística que les pertenece. Deben estar echándola de menos.

Malena invoca a los dioses africanos en una canción al final de la descarga y se confunde con el público repartiendo chocolates que lleva en una cesta. Luego agradece los aplausos y se esfuma por un lado del escenario mientras la música sigue sonando por unos cuantos segundos más, y después vienen el silencio, las conversaciones, los otros sonidos. Afuera, de regreso a casa, en el cálido invierno de Miami, cada cual carga con la Burke propia, casi siempre alojada en una esquina del corazón.


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