Lunes, 18 noviembre 2002 Año III. Edición 496 IMAGENES PORTADA
Música
Canciones del Buen Amor

En su último disco, José María Vitier consigue integrar música y poesía acompañado por un elenco de primera línea.
por ENRIQUE COLLAZO, Madrid Parte 1 / 2
C. Vitier

Desde la presentación de su primer concierto allá por el lejano 1984, en la sala El Sótano, en El Vedado, el talentoso pianista, compositor y director José María Vitier se ha convertido en uno de los más relevantes exponentes de nuestro panorama musical. Con un formato inicial que combinaba un pequeño grupo de música de cámara compuesto por violines, viola y chelo, con instrumentos típicos de una banda de rock —como guitarra y bajo eléctricos, batería y saxofón, más la percusión criolla—, Vitier se atrevió a someter a la consideración del exigente público habanero los frutos de lo que devendría el más atrevido y sistemático esfuerzo por fusionar la música culta con la popular. Temas de su primer álbum, tales como Isabel, Intimidad o Barrock, anunciaban dicho propósito a la vez que una depurada técnica y un feeling muy personal, distintivos que con el tiempo lo convertirían en uno de los más representativos exponentes de la pianística cubana. Nutriéndose permanentemente de la obra de músicos como Johan Sebastián Bach, Manuel Saumell, Ignacio Cervantes, Amadeo Roldán, Ernesto Lecuona y Julián Orbón, entre otros, José María decidió una vez más demostrar musicalmente la validez del principio emblemático de nuestra cultura: el sincretismo.

Su compacto anterior data de 2000 y lleva por título Cuba dentro de un piano, verso extraído de un poema del poeta español Rafael Alberti. En este espléndido álbum se hace un recorrido por diferentes géneros de la música cubana: danzón, contradanza, son, trova tradicional, jazz latino y balada. Al escucharlo se ponen de relieve, además del virtuosismo interpretativo de Vitier —se hizo acompañar aquí por el percusionista Miguel Angá y el bajista Jorge Reyes—, su capacidad para captar las esencias de "lo cubano"; es el caso de Calidoscopio, Isla infinita, Contradanza festiva, Danzón imaginario o Fugado y son nocturno. El contrapunto entre el desbordado vuelo creativo con que el maestro ejecuta un piano apasionadamente sincopado y la arrolladora fuerza de la percusión, convierten esas composiciones en una especie de delirio, un éxtasis que expresa la vibrante sensibilidad y fuerza creativa de la música de este excepcional artista.

En Canciones del Buen Amor Vitier musicaliza poemas por primera vez. El propio creador asegura: "Es el intento por rescatar mis esfuerzos como compositor de canciones, a la vez que una deuda con la poesía, pues he vivido más cerca de la poesía que de la música". El título del álbum es un claro guiño al Libro del Buen Amor, del Arcipreste de Hita, y Vitier señala: "Es un disco del amor triunfante, del amor que fue posible y valió la pena". La receptividad del pianista hacia el verso explica que le fuera posible asumir la difícil tarea de combinar armónicamente el lenguaje musical y el poético, mucho más al acompañar musicalmente versos octosílabos, endecasílabos y alejandrinos creados por bardos de la talla de José Martí, Federico García Lorca, Pedro Calderón de la Barca, San Juan de la Cruz, Juan Ramón Jiménez, Sor Juana Inés de la Cruz y Rubén Darío.

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