La Burke en Miami |
|
Pareció que algo roto se había enmendado: homenaje a la Señora Sentimiento en la capital del exilio. |
|
por ALEJANDRO RíOS, Miami |
Parte 2 / 3 |
La periodista Neysa Ramón recuerda las jornadas de Ciudad México. De la diva terrenal juntando maletas y arañando la tierra para que su hija y nietos adorados en Cuba no carecieran de lo esencial para vivir. De las madrugadas que siguieron sus actuaciones de ensueño, entre cubanos en diáspora, descargando con el mismo rigor de un recital con todas las de la ley.
Meme Solís fue su pianista acompañante desde muy joven y le agradece incluso su incursión en el canto. "Era muy imperativa. Acabada de conocerme saca una libreta y me dice las canciones que debía interpretar la noche siguiente. Una vez me oyó cantar, casualmente, y me tendió el puente con los empresarios para que lo siguiera haciendo".
Todo son historias y anécdotas durante los días que antecedieron al concierto. En la casa de Malena, donde vivé su tía Bárbara, hermana de la Burke, se seleccionan las fotos para la exposición del lobby del teatro.
Puede confesar que ha vivido la dueña del "filin". En las instantáneas aparece no sólo con las D'Aida y los conjuntos vocales de Orlando de la Rosa y Facundo Rivero, respectivamente, sino que brilla junto a Rita Montaner, Tony Bennett, Sarah Vaughan, Celia Cruz, Dionne Warwick, Frank Domínguez y Merceditas Valdés, entre otras luminarias. Se mueve en los estudios de televisión, teatros, cabarets, night clubs, cantando, hablando, riendo, entregando con pasión su gestualidad característica. Una veces es "mulata de fuego", esbelta, escultural; otras la madonna mulata que lleva con donaire las libras de más. Su rostro emblemático se metamorfosea en sesenta años de vida artística.
Denise de Kalafe afirma que en México es Lola Beltrán, en Estados Unidos Ella Fitzgerald y en Cuba Elena Burke.
El ensayo general del espectáculo fue un verdadero maratón de estrellas. El director de orquesta suda literalmente la camisa en el más riguroso aire acondicionado. Los paneles con el rostro de Elena en varios colores, a la manera pop art, diseñados por Rolando Moreno, suben y bajan, según lo indique la ocasión. Las pantallas donde se proyectarán algunos clips con entrevistas, los saludos de Willy Chirino y de Lisette y la canción final interpretada por la propia homenajeada, se asoman y desaparecen, para que Joaquín Riviera tome el tiempo y la temperatura de su espectáculo.
Temprano el día del concierto, las cámaras de los noticieros rondan el Miami-Dade County Auditórium en busca de entrevistas y de la eventualidad de alguna protesta. Aparecen unos grupos de personas con carteles donde se puede leer, sin embargo, "Queremos 6 tickets" o "Necesito una entrada". Una semana antes 2429 asientos se habían esfumado de la taquilla a precios considerados altos en el mercado: 25, 37 y 60 dólares.
El apoyo del público fue rotundo, y no sólo a la diva añorada, sino a la institución educacional que había decidido tender este puente de concordia entre las distintas "Cubas", haciendo perdurable su nombre en la carrera de futuros artistas llamados, tal vez, a engrandecer el curioso fenómeno de una cultura influyente y dispersa por el mundo.
El lobby con la exposición de fotos era un hervidero de público heterogéneo. Mayormente cubanos de todas las edades. Algunos en busca de nostalgia, otros para escuchar a los cantantes que tarareaban ayer. La progresión dramática del espectáculo fue un acto de relojería. La sobriedad, el sello distintivo. Presentadores contemporáneos de Elena se daban la mano con otros de la generación de Malena.
|