| Mucho salero, pero poco sabor |
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| Aproximaciones a 'Gitano cubano', último disco de Manzanita. |
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| por ENRIQUE COLLAZO, Madrid |
Parte 1 / 2 |
Alguien afirmó que la diferencia entre lo clásico y la moda es que ésta pasa, mientras que lo primero siempre está de moda. A la música cubana le sucede esto último, pues desde los años 30 del siglo pasado milita entre las vanguardias musicales del mundo. Tal vigencia se ha acrecentado notablemente desde el boom del disco y las presentaciones de Buenavista Social Club. Al socaire de esta apoteosis, las disqueras no han parado de producir compactos donde nuestra música es la principal protagonista, incentivadas por el potente tirón del mercado. Ello garantiza una renovada demanda de sones y guarachas que desde hace más de medio siglo devinieron clásicos de todos los tiempos.
Muchas de estas producciones se realizan fusionando la música cubana con otros géneros, como puede ser el flamenco. Éste ha sido objeto de experimentos de fusión muy interesantes y fructíferos, sobre todo con el rock y el jazz, por citar los ejemplos más importantes. Todavía resuenan en la memoria de legiones de melómanos los formidables ensembles de guitarra logrados por dos virtuosos de ese instrumento como Paco de Lucía y John Mac Laughlin. Asimismo, están disponibles las excelentes colaboraciones entre Teté Montolieu y Mayte Martín, entre Michel Camilo y Tomatito —merecedora de un Grammy en el año 2000—, y las espléndidas interpretaciones del guitarrista Raymundo Amador y del pianista Chano Domínguez, participante de lujo en la película Calle 54 de Fernando Trueba.
Del mismo modo, el grupo Ketama hace años que escogió el camino de la fusión del flamenco con otras músicas. A lo largo de esta andadura, los gitanos de Ketama han sistematizado y perfeccionado un afortunado ensamblaje con la síncopa y la clave de tres cubanas, para lo cual han llamado a filas a varios músicos isleños establecidos en Madrid, quienes han dado color y sabor a su sonido. El propio Javier Ruibal, al cultivar la canción andalusí, ha enriquecido considerablemente la vocación universal del flamenco. Gracias a su raigambre genuinamente popular, éste ha devenido género susceptible de fusionarse orgánicamente con otros de igual estirpe y trayectoria.
Sin embargo, cuando la mezcla del son con el flamenco ha tenido como propósito producir un disco con fines estrictamente comerciales, no ha cuajado como obra de fusión cultural. Y se puede ilustrar esta afirmación. En 1995, el grupo Adalberto Álvarez y su Son grabó un disco en el que partiendo de un repertorio enteramente flamenco, y con una cantaora como solista, se intentaba respaldar a ésta, particularmente durante el montuno y las improvisaciones, con la poliritmia de la potente banda cubana. El resultado dejó bastante que desear: se producían rupturas muy súbitas entre los pasajes flamencos que le daban cuerpo a los temas, en la voz de la cantaora, y las descargas soneras finales en la excelente voz de Aramís Galindo, apoyada por los coros de las hijas de Adalberto. Escuchando el disco quedan al descubierto todas las costuras que intentaron darle cuerpo y organicidad; se trata de un producto que para superar su incoherencia hubiera necesitado de un mayor nivel de elaboración previo a la grabación y de arreglos que facilitaran el ensamblaje entre dos géneros de tanta fuerza y riqueza.
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