Viernes, 04 enero 2002 Año III. Edición 273 IMAGENES PORTADA
Música
'A mí no me tocan campana'

Reverenciado por conocedores y neófitos Carlos Embale se mantendrá a salvo y para siempre en la memoria del son.
por RENé ESPí Parte 2 / 2

Matamoros, para esos años no sólo era bien reconocido por su inmensa obra autoral y su no menos célebre trío, el ingenioso creador santiaguero había demostrado ser, en más de una ocasión, un músico muy receptivo con respecto a su entorno y los cambios que musicalmente en él se generaban. En los años treinta, con la avalancha de los septetos, a la par del trío, Matamoros creó una agrupación con idéntico formato y, por supuesto, en los cuarenta, ante el triunfo de los conjuntos no demoró en fundar el Baconao, con el que comenzó a grabar sus éxitos para el sello comercial RCA Victor.

La entrada al conjunto de Matamoros reviste gran importancia para Embale pues al pasar a formar parte de la nómina lidereada por el emblemático compositor asegura, además de las grabaciones discográficas, una buena cantidad de presentaciones en radio y teatros. Con el conjunto de Matamoros completará varios años de trayectoria hasta 1954 cuando emprende el camino de la consagración definitiva uniéndose al legendario Septeto Nacional de Ignacio Piñeiro, que por entonces cobraba nuevos bríos gracias a la colaboración del importante músico Odilio Urfé.

La estancia de Embale en las filas del Nacional no le impide de ninguna manera efectuar infinidad de grabaciones durante la segunda mitad de la década del cincuenta con varias agrupaciones, entre ellas el excelente grupo afro Lulu Yonkori, el conjunto del compositor René Márquez y el conjunto de sones Oriental, encabezado por el popular compositor santiaguero Ñico Saquito, donde comparte la escena junto a uno de sus viejos ídolos de los años treinta: Alberto Aroche.

El punto cimero de su carrera como vocalista llega a la par de los primeros años de la década del sesenta, coincidiendo con una madurez profesional a toda prueba. Considerado la voz fundamental del Septeto Nacional, y a pesar de la gran variedad de alineaciones que esporádicamente le acompañan en algunos discos, su voz y estilo nunca encontrarán mejor abrigo que el sonido inconfundible de este legendario grupo de sones. Una unión perfecta e incondicional que se mantendrá inalterable durante poco más de cuarenta años.

Por fortuna, infinidad de sones, montunos, guajiras y boleros, quedaron registrados en los discos a lo largo de esta prolongada y fructífera etapa: Cuatro palomas, Castigador, Lejana campiña (excelente dúo con el gran Bienvenido León), Mayeya o No juegues con los santos, Tú mi afinidad, entre otros muchísimos temas, son sólo una breve referencia a un impresionante catálogo discográfico donde destaca, en inmejorables entregas, la excelencia sonera de Carlos Embale.

Editadas por la EGREM en los años ochenta quedaron también sus magníficas intervenciones junto al conjunto del trompetista Jorge Varona, la orquesta Todos Estrellas, y los grupos de Clave y Guaguancó donde revivió infinidad de rumbas antológicas, rememorando los buenos tiempos del coro Los Roncos. No había lugar para la duda: a pesar de los años Embale seguía siendo uno de los puntales del género y ocupa un sitial que aún hoy difícilmente le pueda ser arrebatado.

A finales de la década del ochenta, ya acogido Rafael Mañungo Ortiz al retiro musical, Embale asume la dirección del Septeto Nacional y el veterano grupo cobra nueva vida con la entrada de jóvenes promesas musicales. Durante unos cuantos años se mantendrá ejerciendo esta doble labor hasta que la enfermedad comienza a poner fin a su brillante trayectoria.

En 1990 el sello Siboney edita bajo el título de Carlos Embale una de sus últimas entregas junto a este rejuvenecido Septeto Nacional, en el que sobresalen las versiones de El final no llegará, La vida es una semana, Me duele el corazón y sones infaltables como Coco May May y Mayeya, no juegues con los santos, (donde Embale, sabiéndolo en el ocaso de su vida, le obsequia a su querido maestro Rafael Ortiz, en una de sus inspiraciones, toda su admiración, respeto y afecto: "Mañungo que bueno sería/ que sin perder tu experiencia/ un milagro de la ciencia/ joven de nuevo te hiciera..."

Como un poseso, recorriendo delirante las calles de La Habana, con una mente nublada donde no dejaban de acudir como fogonazos los sones a los que dio vida desde que tuvo uso de razón, el 12 de marzo de 1998 se apagó la voz de este incansable Quijote del son cubano.

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