Viernes, 04 enero 2002 Año III. Edición 273 IMAGENES PORTADA
Música
Son sin telarañas

Los jubilados: una nueva manera de disfrutar el son tradicional.
por CARLOS OLIVARES BARó  
Portada

Nueve músicos santiagueros de la tercera edad ponen a bailar a los mexicanos cada vez que están de gira por territorio azteca. Se hacen llamar Los jubilados y decidieron abandonar el letargo de su retiro laboral, en 1992, bajo la iniciativa de los vocalistas Mario Carcasés y Juan Gualberto Bebeto Ferrer. El investigador y productor mexicano Eduardo Llerenas, fundador de Discos Corason, conoció su trabajo en una de sus visitas a Santiago de Cuba y los invitó a grabar la producción Cero farandulero con la cual ganaron el premio especial de la Feria Cubadisco 1999. Ese primer disco y el galardón abrieron las puertas a los veteranos intérpretes. Pronto aparecieron contratos y viajes por Alemania, Francia y España.

En el 2000, Discos Corason los llamó otra vez a los estudios y apareció ¡Óyeme Cachita! Se presentaron en varios foros mexicanos y despertaron el entusiasmo y la admiración de bailadores y melómanos amantes del son. Conocedores de lo mejor del repertorio sonero incluyeron en esa segunda incursión a compositores clásicos: Antonio Machín (La ruñidera), Ignacio Piñeiro (Suavecito), Marcelino Guerra (¿Quién será?), Abelardo Barroso (El panquelero), Lilí Martínez (Quimbombó) y Rafael Hernández (Cachita). ¡Óyeme Cachita! consolidaba a Los jubilados como un grupo que había que tomar en serio. El proyecto no era amateur: los músicos venían con un swing de añeja sabrosura, decididos a quedarse para siempre.

No tiene telaraña (Discos Corason, México, 2001) es su tercera entrada al mercado y la energía que derrochan es digna de elogios. Mario Carcasés (director, voz segunda y maracas) presenta a una tropa revitalizada desde una selección de composiciones —sones, guarachas, guaguancós y boleros— que se asume con profesionalismo. El son del maestro Rosendo Ruiz, No tiene telaraña, se interpreta desde parámetros conocidos (introducción del tres, planteamiento melódico de la trompeta, presentación del estribillo y entrada del solista), pero con un tumbaopercutivo en contrapunteo con los ataques del tres (Fidel Lino Pérez Massó) y los alardes de la trompeta (Carlos Thomas Brown) que lo renuevan en intensidad. El Pare cochero (Marcelino Guerra), que nuestra memoria registra en los matices sonoros de las charangas francesas (Aragón, Charanga de la 4,...), se escucha ahora en la fragosa atmósfera del tres y la trompeta, con improvisaciones de Bebeto Ferrer (primera voz y clave) desbordadas de citas y apuntes que le dan un retumbo de gracioso mestizaje (hay un momento donde el tres hace un solo inspirado en líneas melódicas puramente andaluzas).

Asimismo, aparecen tres guaguancós: Tú dices que sí, yo digo que no (Lilí Martínez), El rumbón de Luyanó (F. Chapottín) y Consuélate como yo (B. J. Gutiérrez) que Los jubilados llevan a los límites de las posibilidades soneras/guaracheras, apoyados en la ambientación que propician las percusiones (llaman la atención los golpes irreverentes de campana, maracas y claves como aviso de los cambios, en las conclusiones de los segmentos melódicos), el bajo y el tres, en atinado seguimiento de las propuestas que Bebeto Ferrer consigue con facilidad asombrosa, dan un vuelco melódico/rítmico a la hora de tomar las riendas en el montuno/mambo. Si La guarapachanga (J. Rivera) es una bachata/son que asociamos a la inolvidable instrumentación del Conjunto Chapottín con Miguelito Cuní, esta vez los muchachones de Bebeto la recrean con imaginación y la imponen desde su estilo, para que nunca la olvidemos.

El único bolero seleccionado, Juramento (Matamoros), es ejecutado desde una sobria y delicada orquestación que nos remite al timbre polirrítmico del Trío Matamoros: los pasacalles del tres rinden homenaje a los famosos rayados de la guitarra de Miguel Matamoros y la voz segunda de Mario Carcasés se acopla con tino a la prima de Bebeto, referencia al expresivo dúo que hacían Miguel y Siro.

El disco se pasea elegantemente por las veredas del son, con limpio rigor y artesanal entrega; el género, nacido a finales del siglo XIX en Oriente, con raíces africanas y españolas —máximo exponente de nuestra música bailable y coral— , goza de extraordinaria salud y desborda vitalidad cuando se ejecuta con oficio: en su topografía no existen rincones donde se acumule el polvo y mucho menos arcos para la telaraña. Quien lo dude, sólo tiene que escuchar a Los jubilados.


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