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Otra vez a las andadas
ARMANDO AñEL, Madrid  

Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán, Uzbekistán. Que nadie se llame a engaño, hablo de países. Y de países que, junto a China y Rusia, han decidido plantarle cara a la creciente influencia de EE UU en Asia Central. Al menos, y según los expertos, ése es uno de los objetivos no declarados de esta especie de coalición rebautizada (luego de cinco años de anónima andadura y tras el ingreso de la cuarta "istán") con el nombre de Organización de Shanghai para la Cooperación (SCO). No está muy claro de qué clase de cooperación se trata, aunque las naciones miembros continúen transmitiendo un mensaje que parece aprendido de memoria: los "seis buenos vecinos" –entrecomillo al mandatario chino Jiang Zemin– lucharán contra la militancia étnica y religiosa y promoverán el comercio y las inversiones en una zona cuyas reservas petrolíferas comienzan a llamar la atención de Occidente. Todo de lo más bonito.

O no. "La firma del Pacto de Shanghai ha sentado las bases legales para reprimir conjuntamente el terrorismo, el separatismo y el extremismo –sigo con Zemin–, y refleja la fuerte determinación de los seis países por garantizar la seguridad regional". Al lector avisado no escapará que semejante vocabulario esconde más que lo que enseña, aun cuando ciertos verbos y adjetivos sean lo suficientemente convincentes. Nadie sabe a ciencia cierta qué entienden por terrorismo, separatismo o extremismo el anfitrión y sus invitados, pero todo el mundo conoce de la pata que cojean. Una pata muy dada a meterse donde no se le ha llamado.

Por lo pronto, que los ministros de defensa del grupo firmaran un comunicado en el que hacen patente su respaldo al Tratado de Misiles Antibalísticos de 1972, no deja lugar a demasiadas dudas. El Tratado ABM es "una piedra angular de la estabilidad global y una condición importante para promover el proceso de reducción de armas" expresa el texto. Pasando por alto el hecho de que países como Rusia o China, contumaces violadores de los derechos humanos, hablen desenfadadamente de estabilidad o reducción de armas, hay que aceptar que la declaración dirige sus baterías contra los planes de defensa antimisiles preconizados por George W. Bush. La crítica no supone un desafío, más bien una amenaza velada. Sin embargo, habría que ver hasta qué punto estos amagos de oposición a la hegemonía estadounidense cuajan en un bloque militar y políticamente cohesionado, capaz de hacer contrapeso más allá de la retórica al uso. Uno tiene la impresión, tras examinar eventos ligeramente similares, que en este ajedrez post guerra fría quien procura distraer –aquel que monta los bluff– es el bando en desventaja. Con pieza menos y posición inferior, no parece de recibo ofrecer tablas.


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