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¿Quién tiene la razón en esta guerra sin guerra, que es ya la guerra más larga? Ambos. Ninguno. Estados Unidos ha apoyado decididamente a Israel. Tecnología y armamento. Veto a todo intento de sanciones por parte de la ONU. Renuencia a que las instituciones internacionales intervengan en el conflicto. Los países árabes, el antiguo campo socialista, Cuba, China, apoyan a la OLP, cuya existencia sería imposible sin financiación externa. Europa mantiene excelentes relaciones comerciales y culturales con Israel, sin ocultar su simpatía por la causa palestina. En las preferencias de cada uno, se mezclan motivaciones morales y estratégicas, intereses económicos y política de corto alcance. Y no es raro que ambas piezas del tablero, sean subterfugios que ocultan devociones y odios de mayor alcance. Como de costumbre, mueren los peones, no los ajedrecistas. Durante cuarenta años, los palestinos negaron la existencia de Israel. Su propósito era erradicar el nuevo-viejo país y reconquistar la tierra que les pertenecía. Un hito en esta historia fue el instante en que Yasser Arafat aceptó lo inexorable: Israel existe y seguirá existiendo. Pero, al mismo tiempo, reivindicó una realidad de la que hasta ahora se han desentendido los mandatarios judíos: Palestina también existe. La memoria histórica es frágil: el pueblo perseguido ayer, es hoy perseguidor; el pueblo sometido a la diáspora, se niega hoy al regreso de los palestinos dispersos por el planeta. El último atentado del viernes tensa al máximo la cuerda. El polvorín de mecha lenta puede convertirse en un polvorín de mecha rápida. Por primera vez Yasser Arafat condena un atentado terrorista y la matanza indiscriminada de civiles, decretando, bajo presión israelí, un alto al fuego incondicional, al que se niegan sus propios partidarios. Al Fatah, Hamas y la Yihad Islámica, persisten en su propósito de librar contra Israel una guerra santa que no excluye métodos ni descarta enemigos, hasta la liberación de Palestina. Un sondeo del Centro Palestino de Opinión Pública, indica que entre los palestinos, el 34,4% apoya el alto al fuego, el 49,1% se opone y el 16,5% se abstiene. Ariel Sharon, quien dictara un alto al fuego violado reiteradas veces, promete una respuesta contundente que tampoco excluye métodos ni descarta enemigos. Israel presiona a Arafat para que sean encarcelados los dirigentes de las organizaciones islámicas que fraguan los atentados suicidas. Precavidamente, muchos de ellos ya han pasado a la clandestinidad. El propio Arafat se encuentra confinado en Ramala, ciudad cisjordana 15 kilómetros al norte de Jerusalén, imposibilitado de usar el aeropuerto de Gaza. Israel divide Cisjordania y bloquea el acceso a decenas de miles de trabajadores, cuya única fuente de ingresos se encuentra en territorio israelí, amenazando a los palestinos con el colapso económico. La lógica del conflicto indica que, a partir de este punto, hay dos caminos: la solución razonable o la tragedia. ¿Serán capaces palestinos e israelíes de concertar una solución definitiva que pase por la creación del Estado palestino? La presencia de Sharon y el alza de las organizaciones islámicas, no presagian un acuerdo razonable. ¿Puede la ONU hacer oídos sordos a la solicitud palestina de intervención internacional o plegarse a la oposición israelí, mientras continúa la construcción de asentamientos y con ello la expansión del odio? ¿Puede la comunidad internacional observar de brazos cruzados la escalada del conflicto? De hecho, ha podido durante medio siglo. Sólo que hoy la llamada soberanía nacional no es una coartada invulnerable. La autoridad moral de los organismos internacionales está en juego. De ello depende su credibilidad futura o el descrédito de un sentido internacional de la justicia, tantas veces anunciado.
Rebelión en la Cabilia ¿Son del pueblo las calles? |
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