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La espiral infinita
LUIS MANUEL GARCíA, Sevilla Parte 1 / 2

Era un joven como cualquier otro. Llegó a la discoteca, en el Paseo Marítimo de Tel Aviv, el viernes primero de junio, a las once de la noche. Se disponía a entrar, en medio de la multitud de quinceañeros. Una muchacha le preguntó si venía a bailar y él afirmó con la cabeza, mientras sonreía levemente. Era un joven como cualquier otro. Con una pequeña diferencia: al contrario del resto de los adolescentes, él sí conocía el resto de su vida. Sabía que en breves minutos sería mártir. En el momento de activar el detonador, quizás ni siquiera viese a los diecinueve muertos que, en unos segundos, rodearían su propio cadáver destrozado, quizás su mirada estaba fija en el instante triunfal que seguiría a la explosión: el instante en que Alá lo acogería en sus jardines para siempre.

Atentado
Atentado en una discoteca israelí.
Entierro de las víctimas

Un hombre se parapeta como puede, trata de proteger al hijo con su propio cuerpo. De pronto el niño se quiebra. Una bala israelí ha reducido a diez años su esperanza de vida. La imagen da la vuelta al mundo, convocando el pavor de todos los padres, que por un instante nos sentimos en su lugar, impotentes ante la bala que no logramos detener.

Seis meses de la segunda Intifada han arrojado ya casi un millar de víctimas. Cincuenta años de conflicto, cientos de miles. Dos milenios de destierro, millones.

Una vez los judíos fueron condenados a vagar por el planeta, llevando en el equipaje sus antiguas palabras y la añoranza de una patria donde no fueran huéspedes. En 1949, graciosamente, la Gran Bretaña obsequió un país a los judíos. No era un trozo de la verde Inglaterra. Los británicos obsequiaron al pueblo judío un país con habitantes y todo: Palestina. De todas partes del mundo acudieron los judíos a fundar una patria: la tierra prometida. Hacia todas partes del mundo se dispersaron los palestinos: un pueblo sin país, que conserva la patria en la geografía intacta de la memoria.

En cincuenta años, Israel se ha convertido en un pequeño gran país: ha labrado el desierto y creado el mayor polo de desarrollo al sur del Mediterráneo. Un pequeño país que suple su inferioridad numérica con el ejército más moderno de Oriente Medio. Ha librado y ganado guerras. Ha conquistado territorios. Ha colonizado el país asentamiento tras asentamiento. Un proceso que ha discurrido a través de guerras frontales o tangenciales, creación de "zonas de seguridad", matanzas de refugiados palestinos, operaciones de castigo y terrorismo de Estado. En cincuenta años, el pueblo palestino ha intentado recuperar un país con todos los medios a su alcance: guerras frontales en cooperación con sus hermanos árabes, guerra de guerrillas, Intifada, terrorismo dentro y fuera de las fronteras. En cincuenta años, como ya es costumbre, por cada militar muerto en combate, se amontonan decenas de civiles.

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