Miércoles, 11 diciembre 2002 Año III. Edición 513 IMAGENES PORTADA
Internacional
Chávez, Bush y el petróleo

En momentos en que La Casa Blanca se dispone a iniciar la guerra contra Irak, comienzan a fallar las entregas de crudo venezolano.
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami Parte 2 / 2

Para los estrategas norteamericanos, la posibilidad de que Chávez amenace con restringir la exportaciones petroleras en solidaridad con Sadam, en caso de una invasión a Irak, siempre ha sido un factor a tener en cuenta. Pero al mismo tiempo saben que esa amenaza tiene pocas posibilidades de pasar de un alarde. Hasta ahora, imperaba un razonamiento: Chávez necesita vender el petróleo a los Estados Unidos, país al que se destina casi el setenta por ciento de la exportación del crudo venezolano, con más urgencia que la que tienen los estadounidenses de comprárselo. Sin embargo, esta ecuación cambia en caso de que el ex oficial golpista vea amenazado su poder, al punto de verse forzado —desde su punto de vista— a adoptar una salida desesperada.

Los Estados Unidos iniciaron en septiembre las conversaciones con Venezuela para garantizar un flujo petrolero sin interrupciones por los próximo veinte años, pero desde el inicio fueron advertidos por los funcionarios de ese país de que el presidente Chávez podría actuar de forma impredecible si se ve arrinconado. Por otra parte, son los opositores a Chávez los que en estos momentos le están poniendo la situación difícil a la administración de Bush. Hasta el momento, la actitud de Washington ha sido la de mantenerse neutral —a diferencia de ocasiones anteriores— y delegar en Cesar Gaviria, el Secretario General de la OEA, para lidiar con la crisis.

Desde el punto de vista social y político, la situación es incluso más desfavorable para los Estados Unidos. Hay un factor clave que diferencia esta crisis venezolana de la ocurrida en abril, cuando Chávez fue colocado fuera del poder por un tiempo breve. El mandatario cuenta con un control superior de las Fuerzas Armadas. Los generales que se le opusieron fueron retirados y aquellos cuya fidelidad quedó en duda ocupan ahora puestos y comandos de menor importancia.

Colocado el conflicto con los militares en una posición secundaria, el peso de la crisis recae sobre la clase directiva de PDVSA. Siete de los ocho ejecutivos más altos de esta empresa han renunciado. Sólo se mantiene en su cargo el presidente de la institución, Alí Rodríguez, una figura cercana al mandatario. Si Chávez logra superar la situación —y hasta el momento es muy posible que lo logre—, llevará a cabo en PDVSA un proceso de purga similar al efectuado en las Fuerzas Armadas. Lo que parece cada vez más difícil es que pueda hacerlo caminando por la misma cuerda floja que sorteó con tino en la crisis anterior. Es decir, parece inevitable que tenga que declarar el estado de sitio. Una medida de este tipo podría ser la antesala de una guerra civil, en un país con una marcada división en sus grupos sociales y una profunda diferenciación entre las razas que constituyen su población.

La radicalización del proceso venezolano llevaría a una participación más activa de dos gobiernos que en los últimos meses han tratado de permanecer en un segundo plano por motivos diferentes: La Habana y Washington. El crudo venezolano resulta vital para Fidel Castro. Una interrupción definitiva del suministro asestaría un duro golpe a la debilitada economía de la Isla y de entrada echaría por tierra sus planes de compra de alimentos a los Estados Unidos. Un alza en los precios del crudo, sin las cómodas condiciones de pago que brinda Venezuela, colocaría al país al borde del colapso financiero. Castro no lo ha hecho hasta el momento porque no ha sido necesario, pero en última instancia y si se lo solicitan, estará dispuesto a brindar una mayor ayuda a Chávez para que pueda reprimir a sus opositores. A su vez, el mandatario venezolano enfrenta un rechazo cada vez más similar al que llevó al derrocamiento de Salvador Allende. Podría ver una participación más directa de Cuba, en los asuntos venezolanos, como su última tabla de salvación.

El Gobierno de Bush, por su parte, ha jugado la carta de la neutralidad luego del fracaso del golpe de Estado de abril. A ello ha contribuido la concentración de la política internacional norteamericana en el tema de Irak. No se descarta que el posible cambio de actitud frente a la nominación de Otto Reich obedezca en gran parte a ese interés en mantener sin problemas el flujo de petróleo venezolano. Pero ahora la situación ha cambiado por completo. De una forma u otra, el crudo de ese país se ha vuelto más volátil que nunca. Una PDVSA en manos de incondicionales de Chávez abre una puerta de inseguridad no existente hasta ahora, incluso con el convencimiento de que el mandatario venezolano no quiera o no pueda reducir la oferta. De esta forma, la administración de Bush se enfrenta al delicado problema de estar a punto de iniciar una guerra lejana, en gran medida para asegurar la estabilidad futura de su suministro energético, cuando en su propio traspatio la entrega inmediata de combustible, en un invierno que comienza, se vuelve cada vez más inestable.

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