Un año después |
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Sobre los efectos del 11de septiembre en la geografía política internacional y, particularmente, en el perfil de la mayor de las Antillas. |
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por OSCAR ESPINOSA CHEPE, La Habana |
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El primer aniversario de los ataques terroristas a las ciudades de Nueva York y Washington, con su enorme impacto en la conciencia mundial, debe constituirse en momento de reflexión. Aunque tiene innumerables problemas que resolver en los planos político, económico, social y ecológico, la comunidad internacional ha dado pasos significativos para la comprensión de los retos a vencer, a lo que coadyuvó el drama del 11 de septiembre.
Específicamente, las consecuencias de la caída del World Trade Center fueron múltiples para Cuba. Con anterioridad, se observaban claros indicios de desaceleramiento económico, debido a la compleja situación financiera internacional y, más importante aún, al agotamiento de las modestas reformas puestas en vigor a mediados de los años 90. En tal contexto, los sucesos terroristas incrementaron la tendencia regresiva, sobre todo en varios aspectos vitales: el turismo, el envío de remesas —fundamentalmente desde Estados Unidos— y la recepción de inversiones extranjeras. Coyuntura todavía no superada, que ha promovido el recrudecimiento de una crisis interna a la que algunos cubanos denominan "el Segundo Período Especial". Ello sin que haya concluido el "Primero", comenzado hace más de una década.
A la vez que los sucesos del 11 de septiembre tuvieron consecuencias negativas de orden económico, también podría decirse que la Isla ha quedado más aislada debido a su carencia de flexibilidad y su inadecuación a las nuevas condiciones políticas del planeta. A partir de entonces, la comunidad internacional, horrorizada por los hechos y consciente de que otros países podían ser víctimas del terrorismo, cerró filas. Naciones con viejas diferencias dejaron a un lado sus disputas. Y, aunque el Gobierno de Fidel Castro rápidamente condenó los atentados, su largo historial de relaciones "amistosas" con partidos y grupos políticos extremistas y regímenes represivos, así como su ambivalente posición respecto al merecido castigo a los terroristas y sus anfitriones en Afganistán, despertó amplios recelos.
Aunque la retirada de la Base de Escuchas de Lourdes se viniera discutiendo hacía tiempo con Rusia, la alianza antiterrorista conformada, en la cual dicho país desempeñó un papel importante, pudo haber constituido un elemento clave para la decisión final.
Algo similar pudiera pensarse acerca del aislamiento de la Isla en el ámbito latinoamericano, acaecido en los últimos meses. Están presentes otros factores, pero el rechazo mundial al dogmatismo y al fundamentalismo político ha contribuido, igualmente, a incrementar el rechazo a las autoridades de La Habana en la región.
No cabe duda de que el mundo posterior a la caída del World Trade Center es bien distinto al que existía con anterioridad. Si los terroristas y sus mentores pensaron en algún momento que la comunidad internacional podía ser chantajeada, erraron. En cambio, lograron estimular la mayor coalición que recoge la historia.
Resulta perentorio que el impulso de los sucesos del 11 de septiembre en la conciencia colectiva no decaiga. Que no sólo se persiga y castigue a los terroristas —como justamente debe hacerse—, sino que se vaya a las raíces generadoras de tales males, y que se utilicen para ello los correspondientes mecanismos financieros, diplomáticos y, sobre todo, la cooperación y la solidaridad internacionales. Sería el mejor homenaje que pudiera brindársele a las víctimas inocentes de Nueva York, Pennsylvania y Washington.
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