Martes, 17 septiembre 2002 Año III. Edición 452 IMAGENES PORTADA
Internacional
Sangre por oro... negro

Para 2020, EE UU necesitará importar 17 millones de barriles de petróleo diarios. Asimismo, se calcula que Irak atesora la mayor cantidad de crudo sin explotar del planeta.
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami Parte 1 / 3
F-16C
Un F-16C norteamericano despega de la base de Incirlik,
Turquía, en vuelo de inspección hacia el norte de Irak

No sólo se trata de ir a la guerra para exterminar a Sadam Hussein y poner fin a la amenaza que éste representa para la humanidad. Hay otra justificación de la que el Gobierno de George W. Bush no habla. Tiene nombre y no es un nombre grato a los oídos republicanos, pero su vigencia va más allá de su autor. Es la Doctrina Carter.

En 1980 —y durante el Discurso de la Unión que cada año el mandatario norteamericano debe rendir a la nación y al Congreso—, el entonces presidente Jimmy Carter formuló de manera explícita lo que por largo tiempo había constituido un principio de la política exterior y la estrategia militar del país: cualquier campaña hostil para impedir el flujo del petróleo del Golfo Pérsico sería considerado "un asalto a los intereses vitales de Estados Unidos" y rechazado "por cualquier medio necesario, incluso la fuerza militar". Tal principio surgió para detener el expansionismo soviético en la región, pero ha perdurado más allá de la desaparición de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS): sirvió para justificar la intervención estadounidense en 1991, así como el mantenimiento de una presencia militar cada vez más poderosa en la zona.

Si el Gobierno de Bush no ha recurrido a la Doctrina Carter en sus explicaciones para justificar la guerra que prepara contra Hussein, no es sólo por no invocar el legado demócrata, sino porque le está otorgando una proyección futura. No se trata de que en estos momentos exista una amenaza grave al flujo de crudo; es más bien un peligro latente, que va en contra de la hegemonía mundial norteamericana. Curiosamente, como se verá más adelante, Rusia vuelve a jugar un papel primordial en este peligro.

Hay otras razones. Una discusión al respecto pondría en evidencia lo poco que ha hecho —o piensa hacer— esta nación para limitar su dependencia al combustible que se produce en una de las áreas más explosivas del planeta. Dependencia que no es responsabilidad de la actual administración, pero cuyo análisis descubriría que el conflicto bélico no sólo va a estar dirigido contra un conocido enemigo: varios países amigos también están en la mira. Ambos aspectos, sin embargo, palidecen al lado del peligro político que implica decir a las claras que la nación está dispuesta a pagar una cuota de sangre a cambio de mantener una política energética que hace poco por estimular el ahorro o las formas alternativas de energía, al tiempo que alienta el consumo —y a veces hasta el despilfarro— energético.

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