Un conflicto tribal |
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Israel y Palestina: dos naciones 'exiliadas' confluyen en la Tierra Santa. |
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por JUAN F. BENEMELIS, Miami |
Parte 1 / 3 |
En una época donde aún están muy cercanos los pogromos decimonónicos y el genocidio nazi, enfrascarse en el análisis equilibrado de la problemática del Oriente Medio es entrar en un terreno de irracional emotividad. Dos obsesiones, el antisemitismo islámico y la islamofobia de Occidente, tornaron la geopolítica del área y el dilema árabe-israelí en una sanguinaria contienda que ha secuestrado el acontecer internacional.
Pero se está de lleno en uno de esos casos de historia plausible que no debió transcurrir como tuvo lugar. De haber ido a parar el Estado de Israel a las pampas argentinas, o incluso a Uganda —algo que los sionistas estaban negociando—, entonces la mítica de que la Tierra Prometida era Palestina sería una mera referencia bíblica. De asimilar los regímenes árabes a los refugiados palestinos en 1948, o concretarse la partición propuesta por la ONU de un Estado judío y otro palestino, en la actualidad ambos no figurarían en la galería de los problemas insolubles del planeta. Por eso aquí la paz entraña una simultánea y profunda concesión de soberanía y de terruño, algo para lo que ninguna de las dos partes está preparada.
El dogma no es el único elemento en el desacuerdo palestino, que no sólo envuelve a dos bandos religiosos irreconciliables con una interminable reseña de antagonismo teológico. No se está, por tanto, ante un simple debate hermético de cómo se comportan los judíos en un predio que antaño se llamó Palestina, o los palestinos en un feudo que hace milenios fue Israel. Nadie duda que desde la antigüedad el judío ha sido identificado con los parajes bíblicos, o que su genealogía está plena de sufrimientos, grandeza moral e intelectual y que, a lo largo de su historia, ha sobrevivido a uno de los más trágicos destinos que afrontase pueblo alguno en medio de una diáspora execrada.
Pero el Estado judío no se plasmó en una abstracción geográfica, sino en una comarca ocupada por otra colectividad; por ello, la crisis es tanto de una causa como de un lugar, y la de identidad no es sólo de palestinos sin Estado, sino también de judíos forzados a compartir el que adquirieron. Aquí los grandes temas no pueden formularse en un contexto localista de puja entre pueblos del Oriente Medio, sino en una alineación territorial donde dos naciones que se consideran en exilio pretenden para sí un mismo espacio, involucrando en su querella al mundo.
El nacionalismo palestino cobra fuerzas impugnando al Estado judío, y éste se consolida denegándoselo a los palestinos. Es el resultado de una guerra entre dos comunidades mezcladas, dos pueblos, dos naciones, dos tribus, conscientes de que se juegan la supervivencia y donde no se distingue entre civiles y soldados, enemigos y vecinos; donde cada miembro de la otra cofradía es un enemigo potencial. Es un avispero donde los palestinos argumentan que su resistencia no puede tildarse de terrorista, y los israelíes reputan de benigna su ocupación; donde para uno y otro no existen los muertos, sino los "mártires", lo que hace similar sus funerales; donde los fundamentalistas judíos suponen que la redención reside en la anexión de Gaza y Cisjordania y la expulsión de los palestinos; y donde los fundamentalistas palestinos sólo creen en la oración de los fusiles para borrar del mapa a Israel.
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