Miércoles, 31 julio 2002 Año III. Edición 421 IMAGENES PORTADA
Internacional
Delirios de grandeza

A Mugabe le gusta desviar aviones, el libio Gadafi prefiere los desinfectantes y Castro... también tiene sus excentricidades.
por MIGUEL RIVERO, Lisboa  
Visita
La Habana, Palacio de la Revolución. Mugabe, Castro

El pasado 15 de julio, más de 200 pasajeros abordaron en Harare el vuelo UM9726 de la compañía Air Zimbabwe, con destino a Londres. Minutos después, el comandante de la aeronave anunció: "Nos gustaría dar la bienvenida a bordo al presidente Mugabe y a su esposa".

Lo que no podían imaginar en aquel momento los pasajeros era que Mugabe —transformado en pirata del aire—, había dado órdenes al piloto para que el avión hiciese una escala no programada en Madrid, con el objetivo de que el presidente y su comitiva hiciesen una conexión hacia La Habana.

Los pasajeros tuvieron que esperar varias horas en Madrid, dentro del avión, porque la tripulación dijo que no disponía de dinero para pagar los gastos de aeropuerto, en el área de tránsito.

El presidente Robert Mugabe —bautizado amablemente por Granma como Roberto— acaba de finalizar una visita oficial a Cuba, después de este desvío del avión en el cual viajaba junto a su joven esposa Grace, que gusta de las mejores ropas de las nuevas colecciones de moda de París y Londres.

No es la primera vez que Mugabe desvía un avión cuando le conviene. Este mismo año repitió la acción (también un vuelo con destino a Londres) y lo hizo para aterrizar en Trípoli y encontrarse allí con su amigo y benefactor, el líder libio Muamar el Gadafi. En otra ocasión, llevó el vuelo a Roma, para acudir a una conferencia internacional.

Pero hay que reconocer que por lo menos Mugabe le resulta económico al pueblo de Zimbabwe, en lo que se refiere a sus visitas al exterior, porque cuando el presidente cubano Fidel Castro sale de viaje necesita de dos aviones IL-62M, que dejan de prestar todo servicio en el área de los vuelos comerciales turísticos, tan necesarios para la economía de la Isla.

En lo que se refiere a Gadafi, terminó el 16 de julio una visita oficial a Mozambique. Cuando el domingo 14 atravesó la frontera mozambicana en Namaacha, procedente de Suazilandia, fue recibido por el ministro de Asuntos Exteriores, Leonardo Simao, quien lo saludó con un apretón de manos.

Inmediatamente, el líder libio pidió lavarse las manos y se negó a utilizar autos de protocolo del país anfitrión: sólo viajaría, durante toda su estancia en el país africano, en su limusina particular, rodeado por su guardia personal más de diez mujeres convertidas en verdaderas amazonas, expertas en tiro y kárate.

Antes de llegar a Maputo, los servicios de seguridad de Gadafi mandaron a desinfectar la residencia del líder libio y todas las colindantes. Ni siquiera se salvó la casa del presidente del Parlamento de Mozambique, Eduardo Mulembwe.

Fue recibido en un acto oficial en el Ayuntamiento. Primero, habló el alcalde de Maputo. Antes de Gadafi acercarse a los micrófonos, vino uno de los ayudantes de Gadafi y con un spray desinfectó todo el área circundante.

Por otra parte, es de sobra conocido que Fidel Castro mantiene excelentes relaciones tanto con Mugabe, quien acaba de visitarle, como con Gadafi, que todavía no ha estado en Cuba en esta nueva fase de sus ínfulas desinfectantes.

De seguro ya estarán advertidos en La Habana de esta asepsia del líder libio, porque en cuanto a las medidas de seguridad —de registrar por debajo de las alfombras, los interiores de todos los jarrones de porcelana, etc., como hicieron los agentes de Gadafi en el Ayuntamiento de Maputo— no existen grandes diferencias con los métodos de los servicios de seguridad personal del Comandante en Jefe.

Si alguien tiene dudas, que le pregunte a los anfitriones extranjeros de Castro y conocerá su rosario de exigencias (desde examinar los locales de cenas y comidas hasta los recorridos que tendrá que hacer la caravana oficial). Una vez, cuando estuvo en Nueva York, fue necesario tirar todo un gran telón a la entrada de un teatro para que no fuese visible la llegada del presidente cubano.

Aunque, es justo reconocerlo, las visitas de Castro no son tan desinfectadas como las de su amigo Gadafi... al menos hasta el momento: las manías de los megalómanos suelen ser contagiosas.


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