El ensayo de otra guerra mundial |
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¿Será el conflicto palestino-israelí la escaramuza preliminar de un enfrentamiento devastador entre el Islam y Occidente? |
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por VICENTE ECHERRI, Nueva York |
Parte 1 / 3 |
Durante las últimas semanas, la atención del mundo ha estado centrada, como tantas otras veces en el pasado, en esa zona del Mediterráneo Oriental que los griegos llamaron Palestina y en el mundo cristiano se conoce también como Tierra Santa. Una vez más, el conflicto casi permanente entre el moderno Estado de Israel y los árabes de Cisjordania alcanza un punto crítico que ha forzado la mediación de terceros, incluido el renuente Gobierno de George W. Bush, quien ha despachado al Secretario de Estado Colin Powell en calidad de mediador.
Lo que en opinión de muchos occidentales podría considerarse una pequeña contienda local, y hasta tribal, entre los descendientes del mítico Abraham, puesta en el contexto del convulso y políticamente precario mundo árabe y sus complejas interrelaciones regionales y globales, se convierte en una crisis de alcance planetario que, por partida doble, afecta la campaña que Estados Unidos ha comenzado a librar contra el terrorismo a escala mundial.
En el principio era la tierra... prometida
Sin pretender defender un determinismo geográfico a ultranza, el territorio donde se libra ahora este conflicto es inseparable del conflicto mismo y de la importancia y repercusiones que tiene para aproximadamente la mitad de la humanidad.
Todo puede decirse que comenzó con una estrecha franja de tierra fértil que se extiende desde el Monte Líbano hasta el Mar Muerto, irrigada de norte a sur por el río Jordán. Esta franja, limitada hacia el Oeste por el Mediterráneo, y hacia el Este por el desierto de Arabia, era, desde antiguo, el obligado paso de las caravanas y de los ejércitos. Visto en un mapa, uno puede darse cuenta de la importancia estratégica de un espacio que, por su propia situación como punto de enlace entre tres continentes, estaba llamado a ser tierra de paso (el Puente Palestinense) y, al mismo tiempo, objeto de la codicia o la necesidad de muchos inmigrantes.
Fue este codiciado territorio —que en el Antiguo Testamento conocemos originalmente por Canaán— el que Jahveh Sebaoth, un furibundo dios regional de la guerra, le concedió en propiedad vitalicia a uno de estos pueblos nómadas, conforme a las escrituras sagradas que este mismo pueblo produjo y que nos son hoy conocidas con el nombre familiar de la Biblia. Por los últimos tres mil años, la voluntad de los judíos de reclamar su derecho de asiento en este territorio fue creando en la conciencia occidental —que el judaísmo al fin y al cabo ayudó a formar—un principio de legitimidad que se acentuó al término de la Segunda Guerra Mundial, cuando gran parte del mundo, horrorizado por el Holocausto, empezó a pensar que el pueblo que inventó el monoteísmo y del cual heredamos la religión, merecía volver a tener patria; cual mejor que la que había sido alguna vez suya por mandato divino.
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