Viernes, 26 abril 2002 Año III. Edición 353 IMAGENES PORTADA
Internacional
Bomba y bumerang

Tras el escándalo diplomático con México, a las muchas carencias que padece Cuba habrá que sumar la confidencialidad de su Gobierno.
por LUIS MANUEL GARCíA, Sevilla Parte 3 / 3

Llama la atención que el señor Fidel Castro, indignado hoy por las mentiras que a diestra y siniestra emitían los dirigentes mexicanos, haya dicho alguna vez que "la ideología del 26 Julio es la ideología de un sistema de justicia social dentro el concepto más ancho de democracia, de libertad y de derechos humanos" (La Habana, febrero 1959), y que no se trataba de un movimiento comunista, ya que difería básicamente del comunismo en una serie de puntos básicos. Por entonces se refería a la anulación de los partidos políticos en Cuba como una medida temporal, y no como una anulación permanente (Caracas, 1959), y prometía que "la próxima cosa serán elecciones generales. Yo creo que con la Constitución de 1940. Porque en cualquier lugar donde el Gobierno desea permanecer por un período largo sin elecciones libres, porque no cuentan con el apoyo de la gente, ellos empiezan a hacer inventos, planeando vías para permanecer un montón de tiempo, y nosotros no estamos en ese caso" (La Habana, 1959). Algo que ya había explicado en Santiago de Cuba el 3 de enero: "Esa es la razón por la que los gobiernos constitucionales tienen un período de mandato fijo. Si son malos, pueden ser desalojados por el pueblo, que puede votar por un gobierno mejor".

Claro que pueden no ser mentiras rotundas, sino apenas lapsos de su memoria, que regresa continuamente a la infancia de la Revolución y recuerda con toda exactitud la más pequeña batallita de la Sierra Maestra.

Durante aquellos lejanos tiempos en que aún FC no padecía esta repentina propensión a la verdad revelada, proponía en Caracas (1959) convertir en democracias a todos los países ibero-americanos, eliminar las dictaduras del continente y lanzar un programa de pasaporte común, mercado común y más participación en los asuntos internacionales. Algo así como el ALCA, pero encabezado por Fidel Castro. Y aún más, sus votos democráticos le llevaron a afirmar: "No es posible, para los representantes de las democráticas Venezuela y Cuba, escuchar los discursos en que Trujillo habla de libertad y dignidad humana. Cuba (propone) a la OEA la necesidad de quitar a los representantes de las dictaduras o retirarlos de esta organización. Nosotros hemos barrido Cuba (...) y tenemos la determinación de no permitir nunca más una nueva dictadura" (Caracas, 1959).

¿Comprenderá el señor Fidel Castro que su dictadura repugne hoy en el continente con idéntica intensidad? ¿Comprenderá que resulte difícil escuchar al canciller Pérez Roque hablando de libertad y dignidad humana? ¿Comprenderá, en suma, que las democracias latinoamericanas no hacen sino atender, a 43 años de distancia, su llamamiento a aislar y excluir a la dictadura pendiente del hemisferio? ¿Le alcanzará la lucidez y su repentino amor por la verdad para reconocer que quizás algún día un Vargas Llosa que aún no conocemos lo convierta en protagónico de La Fiesta del Caballo o cosa así?

De este suceso se desprenden algunas conclusiones tan obvias que no vale la pena formularlas, como la diferencia entre un país donde el presidente responde de sus actos y sus palabras y otro donde cuestionar al presidente está penado por la ley, y cualquier noticia internacional "incómoda" es censurada.

Pero la mayor lección de este suceso es que en un pequeño país pobre (o empobrecido, que no es lo mismo) y endeudado, reliquia de la Guerra Fría y sin mayor ascendiente sobre los demás, no sólo se ha devaluado la moneda y la economía, la calidad del presente y las expectativas del futuro, sino que se acaba de devaluar, con carácter irreversible, la palabra dada por su presidente a un colega de un país presuntamente amigo. Y más allá de su signo, existe una complicidad gremial entre los políticos de todos los pelajes. Hay conductas de las que todo el gremio toma muy buena nota. No creo que ninguno se arriesgue, nunca más, a confiar en la palabra del señor Fidel Castro, aunque desde la tumba le aplauda el alma de su preceptor jesuita.

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