Viernes, 12 abril 2002 Año III. Edición 343 IMAGENES PORTADA
Internacional
Bye, bye, presidente

Chávez no tuvo más opción que enfrentarse a una sociedad civil consciente de sus propios derechos. Tanto que lo expulsó del poder.
por LUIS MANUEL GARCíA, Sevilla Parte 3 / 3

Durante el verano Chávez tiene el honor de ser el primer mandatario extranjero en visitar a Sadam Hussein y, ya de paso, a Muamar el Gadafi. El 30 de octubre de ese año suscribió con Fidel Castro el Acuerdo de Caracas: la venta de 53.000 barriles diarios de crudo en condiciones especiales a Cuba y otros diez países de Centroamérica y el Caribe.

Una vez asumida la presidencia, que se extendería hasta el 10 de enero de 2007, la Asamblea Nacional le otorgó poderes especiales por un año, que emplea para presentar en septiembre de 2001 su Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social 2001-2007. Pero no es hasta el 13 de noviembre que aprueba por decreto 49 leyes económicas, provocando una oleada de rechazo en amplios sectores, materializada el 10 de diciembre en la huelga convocada por la patronal Fedecámaras, sindicatos, y profesionales. Un 90% de Venezuela se paraliza.

El flamante presidente del G-77, cargo que asumió en la ONU el 11 de enero de 2002, contempló doce días más tarde en Caracas dos multitudinarias manifestaciones: una a su favor y otra en su contra. Y doce días después, el 4 de febrero, celebra con una concentración el décimo aniversario de su fallido Golpe de Estado —también Chávez tiene su Moncada—. Ese día la oposición se viste de luto.

Durante febrero se suceden las declaraciones de altos mandos militares pidiendo la renuncia de Chávez, quien los califica de traidores al servicio de una "conspiración internacional" encabezada por el ex presidente Carlos Andrés Pérez. El doce de febrero, al dictar Chávez la flotación del bolívar, se dispara la inflación. Poco después impone una nueva dirección de allegados a Petróleos Venezolanos, cuya directiva se niega a renunciar a sus cargos, y se declara en huelga a mediados de marzo, tanto en los centros administrativos como en los productivos.

La huelga del 9 de abril —mira qué casualidad, esa fecha ya sonaba a huelga desde los tiempos de Fulgencio Batista—, de carácter indefinido, concluyó la década prodigiosa de Hugo Chávez a la 1:00 a.m. del 12 de abril de 2002.

Los militares que solicitaron su renuncia, en un gesto inusual, pusieron sus cargos a disposición del Gobierno de transición que abrirá el camino a la era post-Chávez en Venezuela. El mandatario depuesto solicitó exiliarse en Cuba, pero será bolivarianamente retenido en Fuente Tiuna, hasta tanto no se investiguen presuntas irregularidades durante su Gobierno.

Confiemos que estos tres años de populismo desenfrenado, además de reforzar la capacidad de acción de la sociedad civil venezolana, haya servido al país para cobrar conciencia de que los viejos esquemas de politiquería y corrupción, monoproducción y dependencia, abismales diferencias sociales, marginación y pobreza, son el mejor caldo de cultivo para los Chávez y los peores presagios para el porvenir. Fueron esas dramáticas contradicciones de la sociedad venezolana, el hartazgo de corruptelas y politiqueo, las que favorecieron la vertiginosa ascensión de Chávez y los poderes extraordinarios que le fueron concedidos. Para su mal, su advenimiento sobrevino en una época de dictaduras en extinción, y tras el fin de la Guerra Fría, que en su ajedrez global de la geopolítica aceptaba con placer peones de cualquier catadura rebanados al bando contrario. Para su mal, el mundo del siglo XXI ya no es el de mediados del XX, cuando la Unión Soviética estrenaba sputniks. Tanto ha cambiado el mundo, que al golpista frustrado no le quedó otra que jugar con las leyes democráticas y enfrentarse a una sociedad civil consciente de sus propios derechos. Tampoco Chávez es Fidel Castro. No todo son condiciones objetivas. También hay una dosis de suerte.

Posiblemente a esta hora, su mentor cubano, frente a los últimos reportajes de la CNN, contemple la caída de ese clon suyo que le salió mal editado en la ribera sur del Caribe, y mientras vea cómo se le escapan de la mano 53.000 barriles diarios de petróleo, masculle desde sus 43 años de experiencia: "Te lo dije, comemierda".

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