Ginebra una vez más |
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¿Qué relación existe entre Enron, Kyoto o el tratado ABM y el hecho de que en Cuba se violan los derechos humanos? |
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por LUIS MANUEL GARCíA, Sevilla |
Parte 3 / 3 |
Ahora bien, más allá de coincidencias o des-coincidencias, ¿qué relación existe entre Enron, Kyoto, el tratado ABM o el 0,7%, y el hecho de que en Cuba no existe un sistema democrático, se persigue cualquier opinión alternativa y todas las libertades ciudadanas están sujetas a los omnímodos dictados de un solo ciudadano? Ninguna. Se trata, simplemente, de esquivar la mirada crítica de la comunidad internacional dirigiéndola hacia otra parte. Y el subterfugio es el de costumbre: "los asuntos internos del país" y la "autodeterminación", que han servido de coartada y cortina a las dictaduras de cualquier signo.
Cuando Pérez Roque se pregunta: "¿Por qué no luchar por la democracia no sólo dentro de los países, sino en las relaciones entre los países?", yo respondería: "¿Por qué no luchar por la democracia dentro de los países, y también en las relaciones entre los países?" Roque asegura que "nos opondremos con todas nuestras fuerzas al intento de singularizar a Cuba". Pero reivindica la singularidad de Cuba: una presunta "democracia participativa" que incluye al dictador más veterano del planeta, un anticapitalismo presuntamente feroz que nadie comparte, y un desprecio total por la voluntad de su pueblo, afín a los peores gobernantes del planeta.
¿Vale la pena entonces que Cuba se sumerja en una batalla anual por evitar la condena? Según el propio canciller cubano, no. Para él, "no existe el país con la autoridad moral para proponer una condena contra Cuba". Añadiendo que quienes le condenan no lo hacen "por supuestas convicciones democráticas o compromiso con la defensa de los derechos humanos", sino "por falta de valor para enfrentar las presiones de Estados Unidos, y esa traición no podría merecer otra cosa que nuestro desprecio". La explicación de tanta seguridad es que Cuba constituye la luz y guía "para miles de millones de hombres y mujeres de América Latina, África, Asia y Oceanía". Siendo así, una condena sería casi un mérito. Y poniendo a Fidel Castro —hijo de Jehová Marx— en el lugar de Cristo, llega a exclamar: "¡Confiamos en que no aparezca ahora un Judas en Latinoamérica!".
Pero el juego es más complejo. En caso de no ser sancionado, el Gobierno cubano blasonará ante la comunidad internacional y ofrecerá argumentos a sus (aún) seguidores en el mundo. En caso de perder, alimentará la teoría del victimismo que con tanta habilidad ha empleado durante casi medio siglo.
¿Vale la pena fomentar porque se apruebe la moción de condena? Decididamente, sí. En primer lugar, porque es una condena moral, no una sanción económica cuyas consecuencias recaerían en el pueblo cubano y no en sus gobernantes. Y existe otra razón: Por vocación doctrinaria, romanticismo trasnochado, intereses viles, antiyanquismo acérrimo o pura ingenuidad, todavía existen millones de personas en el planeta, gobiernos incluso, que perdonan al señor Fidel Castro lo que han censurado a otros dictadores. De ese modo, el largo drama del pueblo cubano despierta menos simpatías y comprensión que el de otros. Así, la reiteración de la condena es, cuando menos, un dato que incitará a pensar a gobiernos y personas que aún miran hacia Cuba a través de un prisma erróneo, si la realidad imaginada coincide con la realidad que padecen diariamente once millones de cubanos.
No se condena a Cuba en las Naciones Unidas. Se condena al Gobierno cubano.
Y condenar al Gobierno es un modo de salvar a Cuba.
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