Una hija repudiada por la madre de los Derechos Humanos |
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¿Colaboradores de la dictadura? Elizabeth Burgos, sobre la presencia de Francia en la recién finalizada Feria del Libro de La Habana. |
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por ELIZABETH BURGOS, París |
Parte 3 / 3 |
Porque se podría objetar que la participación francesa en la Feria del Libro, acompañada de un manifiesto y activo aval oficial, si bien es cierto le otorgaba una legitimidad a la dictadura castrista, hubiese podido llevar implícita una contrapartida; como suele hacerlo Francia en casos similares, pues se ha caracterizado por su sutileza en el arte del juego diplomático. La contrapartida hubiera podido ser, por ejemplo, obtener la liberación de Vladimiro Roca o la de algún otro prisionero por delito de opinión. O, por lo menos, que el representante del Gobierno aprovechara la oportunidad para hacer una declaración pública, contundente, como las sabe hacer la señora Tasca, en el marco de algún acto oficial; por ejemplo, en el de la inauguración. Pero nada semejante ocurrió; al contrario, tanto los escritores que participaron como los representantes oficiales, observaron una docilidad sorprendente. Ningún escritor expresó la más mínima objeción ante la ausencia de sus colegas cubanos disidentes y exiliados. El representante oficial francés, para justificar la docilidad de su Gobierno, se contentó con declarar que "no se debía agregar al embargo el boicot cultural", haciendo alarde de una mala fe innegable, pues dada su jerarquía de alto funcionario tiene que haber leído más de un informe escrito por los expertos de su ministerio acerca del bloqueo cultural que el Gobierno cubano impone en la Isla.
Pero el colmo de la falta más elemental de ética profesional la protagonizó en la Feria el periodista Ignacio Ramonet, director de Le Monde diplomatique, de quien se hubiese esperado, dada su profesión y la posición que detenta en el mundo por su posición de crítica radical al imperialismo norteamericano, que pronunciara una frase, por lo menos una palabra de simpatía, de aliento, hacia los periodistas independientes presos en la Isla por abogar por un mínimo de libertad de prensa. Ante 5000 invitados, Fidel Castro en persona le proporcionó una espectacular ceremonia, con motivo de la presentación de su libro Propagandas silenciosas, cuya tesis central —por cierto, nada original— es, según las propias palabras de Ramonet : "analizar cómo las obras de ficción, en el cine, pero sobre todo en la televisión, propagan (...) una ideología clandestina, tendiente a domesticar al ciudadano". Ramonet, por supuesto, se refiere al ámbito capitalista y neoliberal en el que él puede ejercer sin riesgo alguno, y de manera altamente globalizada, la libertad ilimitada de expresar por escrito y organizando foros multitudinarios, su oposición resuelta al liberalismo económico personificado por los Estados Unidos. La diferencia entre un disidente cubano, en Cuba, y un crítico de la mundialización en Europa, radica en que el primero vivirá una vida azarosa, de acoso, incluso de privación de libertad, mientras que el europeo ganará dividendos, simbólicos, de prestigio personal y hasta económicos, porque mientras la combate, la mundialización le estará aportando el máximo de ventajas. Entre ambos la desproporción es garrafal.
Francia, al otorgarle legitimidad al régimen cubano de manera tan oficial, ha deteriorado seriamente su legitimidad de cuna de los Derechos Humanos. Sus representantes aparecen hoy como personajes de poca envergadura, claudicantes, incapaces de darse su puesto, infieles al legado histórico del país. Y como declarara a propósito Zoe Valdés en una entrevista reciente en la radio France-Culture, "quienes así actúan son, de hecho, colaboradores de una dictadura".
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