Inercias de Washington |
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A los promotores de la política hacia Cuba les falta pragmatismo, verdadero sentido de la realpolitik, para comprender que la apertura es más eficaz que el cierre |
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por RAFAEL ROJAS |
Parte 1 / 2 |
Octavio Paz escribió en 1978 que Estados Unidos, por ser una república imperial, inspiraba su política exterior en una "mezcla de arrogancia y oportunismo, ceguera y maquiavelismo a corto plazo, volubilidad y terquedad". Más de veinte años después, las palabras del gran poeta mexicano resuenan como verdades. Lo peor de una soberbia diplomática, pensaba Paz, es que lejos de proteger los intereses nacionales crea enemigos al otro lado de la frontera.
Aceptemos que el interés nacional de Estados Unidos es la promoción de democracias en el mundo. Pues bien, la política exterior republicana de Reagan y Bush padre, entre 1980 y 1992, aplicó estrategias similares en regiones muy diversas del planeta y obtuvo resultados paradójicos. Fue igualmente agresiva en América Latina y el Medio Oriente, pero la democracia latinoamericana cobró fuerza, mientras que los fundamentalismos islámicos se arraigaron aún más. Fue flexible en Europa del Este y Asia y logró el saldo disparejo de transiciones democráticas en el bloque soviético y reajustes del comunismo en China, Viet Nam y Corea del Norte.
Bill Clinton fue el primer presidente norteamericano que encabezó la política exterior de la postguerra fría. En aquellas áreas inmersas en transiciones democráticas, como América Latina y Europa del Este, Washington se limitó a ofrecer crédito y confianza. Sin embargo, en países con regímenes autoritarios, la estrategia demócrata operó de un modo casuístico: mediación entre Israel y Palestina, ofensiva contra Irak y trato preferencial con China. Clinton dejó la presidencia en uno de los mejores momentos de Estados Unidos ante la opinión europea, latinoamericana, africana y asiática. Incluso en Cuba, a pesar de las leyes Torricelli y Helms-Burton, su gobierno experimentó con fórmulas de distensión, como los intercambios académicos, culturales y deportivos, el levantamiento del embargo a medicinas y alimentos, los vuelos directos, la repatriación de inmigrantes ilegales y la colaboración bilateral contra el narcotráfico. Gestos que, como en tiempos de Kennedy y Carter, no fructificaron por la convergente intransigencia de Fidel Castro y la extrema derecha cubanoamericana.

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