| Carta a Jack el Destripador |
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| por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona |
Parte 3 / 4 |
Como habías escogido el turno de 23:00 a 04:00, el 30 de septiembre te esforzaste. O quizá fuera una fecha importante en el calendario británico, y metiste para vanguardia en el despelleje. Volviste a la normalidad el 9 de noviembre de 1888 con el descuartizamiento de tu quinta víctima: Marie Kelly, casualmente prostituta y coincidentemente alcohólica. Allí te esmeraste en el esmeril. Tuviste tiempo. Fue en una habitación alquilada en la calle Miller's Court No 13, de Whitechapel. Yo he sentido el mismo furor en la posada de 11 y 24 cuando no había agua, aunque una vez me puse muy rabioso porque sí había, y "la posibilidad real del hecho nos golpeó a todos". Bueno, a los dos. Tres puntos en el moropo... Esa noche final arrancaste narices, senos, cosenos, orejas y raíces cuadradas. Distribuiste por los distintos municipios del cuartucho las vísceras. En una mesa: los riñones ondeando victoriosos al viento. Faltaba el útero de nuevo y la parte inferior del tronco, así que ninguna niña podría grabar su nombre henchida de pasión. Te llevaste el corazón para alguna caldosa. Se lo arrancaste más literalmente que en un bolero. Ya la repetición obsesiva con lo del aparato reproductor me da que a uterino no te ganaba nadie, o te preparabas para un cambio de sexo. Tenías más ensañamiento que un crítico literario. De los de afuera. Y un sentido del humor más que macabro. Macabrón. Sórdido como Beethoven. Pero de los dos oídos.
Si Scotland Yard u otros lectores igualmente incompetentes leen esta carta, seguro me acusarán de tirar a mondongo lo tremebundo. En realidad quien lo tiraba todo a mondongo eras tú, yo me limito a hacer menos siniestro tu currículo. Por eso, tengo ciertas teorías que desenrollaré como si fueran un intestino delgado: De los siete sospechosos, me quedo con el cirujano, el pintor y el marido de la americana. Un médico de la familia suele estar inconforme, aunque sea de la familia real. Nadie sabe de lo que es capaz un pintor por buscar mercados, o para canalizar la rabia de que le descuelguen lo colgado. Un pintor crea cuadros, y no todos los cuadros son buenos, dependiendo de su inteligencia, su capacidad y el municipio donde los ubiquen. Y un marido con americana siempre será sospechoso de trabajar para el enemigo. Dejo fuera al polaco, no solamente por la vida tan judía que llevaba, sino porque un zapatero sabe mejor que nadie del pie que cojea la gente, y no le da por resolverlo destripándola.
Pienso que todos los policías de este mundo se equivocaron en el enfoque. Buscaban a un asesino de carretillas, bandoleras, hetairas o leas; a un misógino. Ahí encajaba bien el que se bebió el Támesis por las hojas, que se internaba en los varones en el internado, pero no. Las cosas tomarían un nuevo cariz si pensamos que no castigabas a quienes ejercían el oficio más antiguo de la tierra, en una onda freudiana de odio a la madre. Pudiste ser un alcohólico anónimo con ganas de salir del anonimato, sediento, rabioso porque las víctimas le daban al alcoholifán en la misma costura. Tal vez eras un revolucionario un poco trocado, que intentabas crear al hombre nuevo llevándote en la golilla al viejo, eliminando lentamente las lacras sociales con un matavacas en la mano, una a una, lacra por lacra, echándote al pico a las que usaban licra. Qué locro. Pero eso se cae por su propio yeso: ¿para qué te llevabas entonces las muestras de laboratorio?
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