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Carta a Jack el Destripador

por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona Parte 2 / 4

De modo que le estoy hablando a una entelequia, palabreja familia de tauromaquia, equelecuá, acequia, ipso facto, gaceñiga y malacólogo, más o menos de origen griego, pero sin nada venéreo, y que quiere decir algo parecido a no existente, o a suma de suposiciones. En cubano moderno se define como "pan con ná", "mascachapas", "peo sin peste", "chocolongo en el aire", "chiringa de palo", "chicharrón de viento" o "nananino". Nada. Sólo una amenaza. Tal vez algo levemente parecido a Un fantasma recorre Europa... si no fuera por dos insignificantes detalles: sólo te movías por el barrio de Whitechapel, y el otro espectro se hizo real y peor que tú. En fin, que eras, eres, y sigues siendo un hombre sin rostro, sin estatura —moral y de la otra—, sin rasgos, sin carné de identidad, sin donaciones de sangre, sin constancia de la Oficoda, sin día de haber a las Milicias, sin diplomas, sin certificado de la Batalla del 6º grado, sin militancia conocida, sin participación, sin responsabilidades, sin domicilio definido —existe también lo de domicilio fijo. Y ciertas personas que no llegan a ostentar el tan deseado título de propietario oneroso o usufructuario, tienen domicilio corrido. Otros juegan al fijo y al corrido sin ligar el parlé. Están partidos por el eje. Sin parlé del partido. En la actualidad se les compara con los descendientes de las tribus de Palestina—, sin licencia de conducción, sin bonos de trabajo voluntario, sin efectos electromodésticos, sin certificado de salud y sin RD-3 que conste en oficina alguna. Eso es tu nombre, que me sabe a hierba, una banderita sin palo, un abelardito en la sombra. Porque, según los investigadores que estudiaron tus arrebatos, los despojos de esos arrebatos y los rastros que dejaste ¿descuidadamente? en los arrebatos mis chocolatos, han existido varios sospechosos a ser Jack. Una lista amplia y granada de candidatos de la más variada ralea. Ralea jacta est, para decirlo en checo. Son estos:

Edward, duque de Clarence, hijo del rey Eduardo VII (Lo que lo hacía más "hijo de papá" que nadie).

John Pizer, judío y zapatero (y viceversa) de origen polaco (Nada que ver con las pizer-rías).

Walter Sickert, pintor y morboso, valga la repugnancia.

El reverendo Dogson, alias Lewis Carrol, autor de Alicia en el país de las maravillas (¿Sería por eso?).

Montague John Druitt, leguleyo principiante, profesor de educación física en un internado de varones, aristócrata que odiaba a las mujeres. Murió abogado en el Támesis.

James Maybrick, consumidor de arsénico, casado con una norteamericana.

El médico de la Reina Victoria (No olviden lo de "Cirujano, a tus zapatos").

Los hechos en sí: Debo decir, con dolor en el alma, que todos los hechos fueron en no. Secos helechos. Malitos, malitos cantidad. Son testigos: "un perro, la madrugada, el frío". Y creo que nadie te lo perdona.

La primera víctima: El 31 de agosto de 1888, Mary Ann Nichols, alias Polly, prostituta y alcohólica, de oficio desconocido. Tafia con saña. Cortaste por lo sano: tráquea, esófago y médula espinal tasajeados —no diré que limpiamente porque armaste una sonada cagazón— y vientre abierto. La segunda víctima: El 8 de septiembre de 1888, Annie Chapman, prostituta y alcohólica, más una cosa que la otra. Te llevaste el útero, la parte superior de la vagina y un poco de vejiga. Esto me impresionó mucho. Que mataras señoras de ese oficio prostibulario nada tenía que ver con problemas de próstata. Claro que yo no sé muy bien todavía dónde queda la próstata. Pensé hasta hoy que era lo que venía al final de las cartas. En Grecia, a los que se la extirpaban, les decían apróstatas. En este casito, la señora muerta no era una vejiga, era mayorcita ya. La tercera y la cuarta: mismo día, 30 de septiembre de 1888, Elizabeth Stride, alias Long Lizz, prostituta, alcohólica y sueca. De modo que su muerte fue un poco más andina que nórdica. Perdón, anodina. Y más tarde, Catherine Eddowes, igual en todo a la anterior menos en lo sueco. Esa noche cortaste rabo y oreja. Bueno, sólo oreja. Corrida casi completa. Y hasta unos testículos oculares indicaron la presencia de un cuarentón, bien vestido y con acento extranjero. Tal vez era la sueca, que había amanecido ronca. Los judíos polacos no hablan cuando trabajan, más por judíos y ahorrativos que por lo otro. John Pizer, el sospechoso, creía que en su yarmulke anidaba una pareja de mochuelos cuidando una ardilla de los Cárpatos. Dentro del casquete, aclaro. Y sólo ciertos franceses mascullan en su lengua pelando papas. Pocos, porque, como enseguida se hacen cheffs, ya son otros los que mondan las cosas en este mondo.

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