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Carta a José de la Caridad Méndez

por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona Parte 1 / 4

Serpentinero serpenteante José de la Caridad Méndez, "El Diamante Negro":

Me doy perfecta cuenta de que entre tú y yo hay muchirringuísimas similitudes, y algunas diferencias, que pasaré a englobar a continuación como un globito hacia home, y así, de ese modo glacial y glacioso, intentar hacer uso de mis facultades elementales, un uso horario, racional, controlado, productivo, de baja intensidad, concomitantemente. Es decir, podré racional contigo desde la lomita, y así cantar juntos aquella alegre conga que dice: "Tengo una lomita que me sube y que me baja/ ay, que me sube/ ay, que me baja". Por ejemplo, yo nunca he nacido en Cárdenas, y dicen que es de lo más bonito nacer allí. Casi atún. En tu época, a esa hora malsana que llaman madrugada, se sentía el acompasado paso más chévere de los hombres que llevaban los botes al agua. Iban a pescar. Era un callado y oscuro rumor. Ahora parece que es igual. Pasan los hombres en silencioso contubernio con la madrugada, concomitantes, a botar los botes en el agua, para que no los pesquen. En absoluto pescado original.

Una coincidencia en el paralelímetro de nuestras vidas tiene que ver con el pueblo y nuestros nada paralelos nacimientos. En Cárdenas, como en Bayamo, ruedan los coches caballares. Carromatos, calesas, carruajes tenues de caballos alados. Alados por caballos. Y algunas diligencias, no de las que prometen los que mandan, sino más tirando a John Wayne. Eso quiere decir que ambos los dos nacimos rodeados de nobles brutos que nos hacían perder la calesa. Hay rocines en todos los puntos cardinales. Eso le da una fragancia distinta al aire, un perfume fecal en el ruido ambiente. Caballos y caballeros. Los que hemos nacido en poblaciones de tracción animal tenemos algo de bestia en la sangre. En tus años bozos galopaban muchos equinos por las callejas. Ya en la mía había uno solo, con un trote bastante descuidado. Se lanzó al galápago hace 44 años, desbocado, con barba en los robert belfos y no para, el muy herrado.

Otro logo del ano, que significa análogo, ha sido nuestra profunda aflicción al deporte. Claro que yo dediqué mucho más tiempo al ajedrez, que da mucho bicep y cierto trapecio, pero también tuve mi etapa martiana, haciendo pininos nuevos allá en el center field (no olvidar eso de "Te seré field"), y luego de siort, que en cubano se le dice short stop o torpedero. Ahí duré poco. Una vez me robé la segunda y me querían acusar, pero por suerte apareció y todo quedó en el susto. No olvides que yo también he sido de mucha base toda la vida. Uno se había llevado las cercas y no le pasó absolutamente nada. En otra ocasión intenté entrar a un restaurante en short y me hicieron stop, stopeándome la jugada. Te confieso que lo que me gustaba era lanzar. Hasta quise matricular en una escuela de danza, quizá en un grupo afliccionado de lanza moderna. Ser un pitcher aclamado, querido, temido, respetado. Y sobre todo visible. Para un tipo bajito como yo la única oportunidad de destacarse en un terreno es subido en la lomita. Arafat me hubiera adorado en la Intifada. Pero fíjate que nunca me supo bien ser catcher in the rye, a pesar de que es un trabajo de lo más sedentario, todo el tiempo imitando a un cajero de cafetería, como medio sentado, muchas gracias de nalga. Tal vez era un prejuicio machista mío. Eso de tener siempre a un tipo atrás, pegado a mí, mirando lo que hacía, ya me ponía la tarde de gallina, aunque ese sea el trabajo del ampaya cuchillero, su triste pincha cederista. Lo otro es lo de aquellos versos que soltó uno antes de que lo sumergieran, cuando dijo lo de "de rodillas nos pondremos una vez...", y sabes bien que un receptor tiene que arrodillarse demasiado. A menos que sea un receptor de artículos robados, como carne y esas cosas electrocosméticas. Y creo que tiré una bola demasiado afuera.

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