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El resto del mundo también existe

por ENRISCO, Nueva Jersey Parte 1 / 3
La Luna

Ciertas supersticiones tienen una persistencia increíble. En la antigüedad la gente miraba para el cielo y viendo que el sol se movía de aquí (este) para allá (oeste) llegó a la errónea conclusión de que el sol le daba vueltas a la Tierra. Después Nicolás Copérnico (siglo XII al XIX aproximadamente) dijo que en realidad la Tierra le daba vueltas al sol y mal que bien la gente ha terminado aceptando esa teoría. Sin embargo, cuando los cubanos hemos dado al fin con la verdad definitiva (que en realidad la Tierra gira alrededor de Cuba y Miami) nadie nos ha querido hacer caso. El poder de la ignorancia es ilimitado.

(Como tantas otras cosas este descubrimiento se lo debemos en buena medida a nuestro Copérnico local, el apóstol José Martí. Fue él quien dijo que con la independencia de Cuba "es un mundo lo que estamos equilibrando", y que "un error en Cuba, es un error en América, es un error en la humanidad moderna". Y después la gente se pregunta que por qué la humanidad está como está).

Pero después de todo los cubanos somos gente más bien modesta, y no le damos importancia a nuestros descubrimientos. Colón llegó a América de pura chiripa y desde entonces se le celebra como El Descubridor de América. Sin embargo, en las últimas décadas los cubanos nos hemos dado a la tarea de descubrir todo el planeta y nadie nos lo reconoce. Somos, definitivamente, una raza incomprendida. Y créanme, habitantes del mundo exterior, que no ha sido fácil esto de descubrir el mundo. Dicen que el propio Colón tuvo que sobreponerse a la creencia de sus contemporáneos de que a partir de determinado punto el océano Atlántico se poblaba de monstruos terribles y luego el agua se precipitaba en el vacío. Nuestras condiciones para descubrir el mundo han sido, con diferencia, mucho peores. Los monstruos imaginarios de Colón eran cosa de niños. De acuerdo a nuestro noticiero y nuestra prensa en general el mundo exterior (conocido científicamente como "el capitalismo") era tan terrible y violento que de noche había que usar chaleco antibalas y un fusil automático si uno quería llegar vivo a la cocina o el baño. Y si te veían caer en la calle, nadie te recogía. Eso si había un policía cerca. Si no lo había, los transeúntes aprovechaban para dispararte a la cabeza. En definitiva, no era lo peor que te podía pasar teniendo en cuenta que en el mundo exterior, excepto ciertos Consejos de Ministros (todos corruptos por supuesto) el resto de la población estaba destinada a morirse de hambre. Para confirmar estos temores existía el hecho inobjetable de que los que salían nunca volvían: "Pobre Filiberto —pensábamos— seguramente lo asaltaron cuando iba camino al baño". Y luego nos preguntábamos: "¿Para qué habrá ido Filiberto al baño si seguramente hacía meses que no encontraba nada para comer?".

Lo cierto es que no se conoce pueblo más intrépido que el cubano, dispuesto siempre a descubrir nuevos territorios. ¿No ha ocurrido en más de una ocasión que gente que estaba pasando tranquilamente el día en una playa cubana han visto una lancha y se han montado en ella sin preguntar siquiera para dónde va? Estoy convencido que el día que una nave espacial aterrice en La Habana, antes de que los extraterrestres tengan tiempo de decir "no se preocupen, venimos en son de paz", la nave se les va a llenar de transeúntes gritándoles "¡arranquen coño, que esto ya se llenó!". Y así seremos los cubanos los primeros terrícolas en desembarcar en Saturno, por ejemplo. Y al día siguiente se desencadenaría en La Habana una epidemia de tortícolis con la gente mirando para el cielo mientras se repiten para sus adentros: "La próxima seguro que la cojo".

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