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Carta a Arsenio Rodríguez

por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona Parte 1 / 3
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Tresérico, alambrístico y desengañado Ignacio Travieso Scull, alias Arsenio Rodríguez, El Cieguito Maravilloso:

No trago ná. No muerdo ná. No me lo empujo ná. La vida no es un sueño ná, sino una pesadilla que a veces tiene ciertos colores entre Van Gogh y Walt Disney, es decir, con la oreja en el hielo. Pero qué hago yo hablándote de colores. La vida es una burumba muy rara, una mala somnolencia, agitada, sudorosa, bamboleante, fuerza 3-4. Y exagerada, manipulable y ñiquiñaqui. Cuando alguien dice que es heroica, mándate a correr y aguántate la peluca. No me lo dijo un escritor español, sino un curda que le sabe mucho al jelengue, Calderón de la Piragua, perdón, Calderón, en La Piragua, mirándome por encima de un ron en perga, que sabe como a venda de Tutankamen, mira tú qué cosa. Pero, qué digo yo de mirar.

Como hoy estoy en racha benévola, de batahola y de punta en blanco jugando banco, voy a hacerte una confesión, no a la manera de Calderón, porque me retiré de la perga. Antes yo hacía ronfesiones, que era una sabia manera de soltar opiniones, entusiasmado por el sabio insumo de la sabia de la caña. Tenía solamente un ligero defecto: como perdías el trillo en el sabio encañamiento, a veces eran ronfusiones, se te subía el barracón, el bichoebuey y la zarabanda, y el cantinero se te convertía en amitosumercé. Ya no sabías qué decías, ni a quién, ni dónde, ni por qué. Y eso en política sirve, pero no en la vida real, sentimental y honesta como es, o soñolienta como pensaste que era y dijo antes aquel balsero de la Barca. Ésta de hoy es en estrai, en seco, a pulso, sólo con agua hervida: durante mucho tiempo pensé que tu música era algo así como una terapia inventada en Santovenia, algo relacionado con Matusalén, ontológica y ocámbica. Todo venía por lo fílmico, porque yo soy muy pantalloso, y la gran pantalla me excita, me enciende, me timbra, me conmueve, me vivifica, me sacude, me fonguea, me asciende, me oblonga, me enerva la minerva, me hincha, me expande, me pica y se extiende y la ventaja es para el corredor. Aunque lo mismo me da la pantalla chiquita, para qué voy a engañarte. Y en lo cinemateco estaba la semilla de cañabrava de mi confusión primaria (y hasta secundaria): te relacionaba intuitivamente con los supertembas, con la tercera edad, con los viejucos, porque conocí tu música allá en la fonoteca de la COCO (la pelota por la COCO), un periódico del aire que se ocupaba de lo añejo que el viento se llevó. Y también me marcó mucho aquella comedia que se titulaba Arsénico para los viejos, y yo siempre dije tu nombre de esa venenosa manera. Y luego, como eras punto fijo en los Jardines de La Tropical cuando el choteo, hasta que el Apóstol se encabritó y asaltó el Moncada para hacerlo escuela, pues yo te eché tierra, te di pisón y te sepulté entre las múltiples lacras de nuestro pasado colonial —no olvidar la lacra de Noé—, y aquí, caballero, no ha pasado nada. Mira tú —es un decir, no te me vueles— que aquellas lacras eran lo más divertido que tenía la Isla. La gente hizo verdaderos esfuerzos —que como siempre eran en el campo y la agricultura, eran verdederos esfuerzos, unos intentos verdes— por tratar de gozar de la misma manera cortando caña, cargando latas de hulla, desyerbando, sacudiendo malojas, alzando cujes o llenando bolsitas de polietileno, pero nada. Algo fallaba. El solazo que ponen en la microbrigada o en el chapeo no es el mismo que te da en un bailable o en la playa. Métele pupila, que es bruca manigua, aé.

Así que vamos a pedirle su reloj a Pastora, que ha de ser la madre de Pastorita, y dicen que quiere guararey conmigo, porque tengo anotados una serie seria de datos coincidentes y extraños, que te iré preguntando a medida que me bote de guaño. Antes me gustaría hacer una observación genial de un despiste que te corrigieron. Tan corregido estuvo que el mal olor nos sigue dando. El día que te volviste neroniano, soltaste aquello de "Hay fuego en el 23". Parece que alguna ilusión óptica te trocó de número, porque ese impar no existe. "Siempre es 26", y el 26 huele a asalto, aunque es anguila y médico nuevo en la charada. Eso de anguila me remite a un socio que ha fabricado muchos médicos, tal vez previendo el mal que iba a hacer. Pero en la canción es atraco, asalto, embestida, acometida, agresión o irrupción, una gran irrupción en la piel. En la epidermis del país. No hay que ser muy ducho gatica para concluir que, por propiedad intervenida y transitiva, si siempre es 26 y 26 es asalto, nos asaltan cada día, aunque sean las dudas. Ya lo dije, así que pilla esto, con todo el perdón posible, que es sólo una exclamación y no una burla de tu defecto.

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