| Carta a Jack el Destripador |
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| por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona |
Parte 1 / 4 |
Nocturno y puñalatrapancio Jack the Ripper, o Jack el Destripador:
Luego de haber leído todas las semblanzas donde te filetean, los libros que inspiraste, las Tesis del PCC de 1975, un par de cuentos de Los verdes Hermanos Grim, Lolita de Nabokov y el periódico Tribuna de La Habana, he descubierto algo que todos han pasado por alto: eras un tipo sumamente visceral. Cuanto tocabas, lo dejabas cubierto de sangre generosa aunque no escribiste nunca ningún nombre —bueno, sí, unas iniciales— lo que te convertía en un sangrón. A pesar de ser muy inglés, y poseer una encomiable flema, no te descubrieron jamás. Parece que lo de la flema no fue grave. O los hospitales de Londres se parecían al Calixto García.
¿Por qué me ha dado por escribirte? Ah, será porque estoy en vena. Tal vez mi interior se sobrecoge aún con tu leyenda filosa, con el misterio que todavía representas, aunque —y es bueno decirlo— no has sido de los más productivos en la historia humana del crimen. Con tu triste average no marcas ni en el hall de la Fama de Crimea. Has resultado ser un asesino muy poco prolífico, repetitivo, abúlico, holgazán y nada creativo desde el punto de vista del tasajeo. Te salva solamente aquella tendencia tuya a redecorar el escenario, colgando tripas, miembros desmembrados, várices y varices, miembros partidos en un buró —esto me suena mucho—, pelos y señales. Como decorador de algunas casas de Miami o Palma Soriano te hubieras forrado. Rodarías el cuño ahora en un flemático y flemante Forrari. Poseías el punto ideal para montar fiestas de quince en la Isla. Cierta tendencia al punzó, la pachata, la serpentina sanguinolenta y la lentejuela. Muchas veces pensé que algunas carrozas del carnaval habían sido ideas tuyas. Más tarde descubrí que lo del perro sin tripas tampoco.
Pero estoy hablando cáscara de plátano. En vez de un buen bisté, hago una misiva banal y bananera. El bisté dejó de ser masivo desde que perdió su misividad y su sello. Me quedo entonces en el platanal de Bartolo, como un sijú. Sigo en el platanito, como el burro aquel de Platanero y yo. Plátano fongo, para ser más exacto. De Fongo la Maya. De uno en fongo. Y aunque lo haga en defensa del bien, la verdad, y una juan josé aureola de cultura, que puede llamarse Fongo de Bienes Culturales, no me exime del despiste. Nuestro vino, de fongo. Y si sale ario, a la población, dijo quien lo dijo. Te escribo a ti, y tú no eres nadie. Y cuando digo nadie —además de querer decir literalmente nadie, que en los alrededores del Turquino y en ciertas novelas costumbristas se pronuncia "naiden"— no lo hago para restarte relevancia, un poco a la manera con la que el cubano de a pie, ese ser cariñoso y sacrificado, le decía "Cucharita" al presidente Dorticós —en una preciosa metáfora que retrataba sus funciones: ni pinchaba, ni cortaba—, sino en humor a la exacta definición. Sigo afirmando: no eres nadie —y además de erizarme por lo sincero que soy a veces, me deprimo como la economía del Tercer Mundo— pues la bruma pesada y flemática del misterio cubre tu pálido rostro. Y cuando digo pálido sé lo que digo. Nadie que viva en Londres en 1888, y salga de noche bordeando el Támesis, con una cimitarra a destripar prostiputas, tiene tiempo de estar yendo a la playa al día siguiente. Por muchas conjeturas que se aventuren, no se sabe con cerveza quién se escondía bajo el nombre comercial de Jack, a quien la prensa amarilla de esa época calificó como Destripador. La prensa era amarilla porque así se pone el papel gaceta con el paso del tiempo. También se le dice así a la prensa cobarde, la que apenas nos hace prensar.
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