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Carta a la bicicleta china

por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona Parte 1 / 4

Soñada y casi eterna bicicleta china:

Hay cuatro cosas que nunca he realizado en una bicicleta: hacer el amor, irme del país y sacar una raíz cuadrada de algo. Desmontado, tampoco he logrado sacar otra raíz que no haya sido un cangre de yuca, de los fáciles, de aquellos que lucen muy boniatos y que te están llamando con el ñame en la punta, espléndidos como un chopo con cara de calabaza. La cuarta cosa ha sido volver a montarme en una desde que espanté la mula, pedaleando en el aire, con un sillín mucho más cómodo. Ese viaje me recordó la primera vez que tuve una bicicleta: tampoco tenía caballo. Han sido mis dos ocasiones menos equinas, desencaballado, desequinado sin quinina, con más ética que equitación. Me quité la quita en el desquite sacándome la equinita. Equino con su tres, su cuatro y su pretendida eternidad. Me erizo sólo de recordarlo: equinodermo. Allí tampoco duermo ni dormía. Y eso que mi abuela lo decía: "A caballo regalado...". En este caso no vale el refrán. No quiero más animales en mi vida. Por eso me bajé de tus ancas, me fui de raíz, más redondo que cuadrado, lejos de la cuadra, cuando dejaste de ser la soñada bicicleta de mi infancia en aquel pueblo llanero, para convertirte, más tarde y cotidianamente, ya en la capital, en chivo. Un chivo expiatorio. Espía de laboratorio. Mas, lo primero es lo primero. Aprieto el colon y le doy a los pedales.

No te he vuelto a montar. Paso por las tiendas deportivas, deportivo yo mismo, moviendo las atletas pectorales, y, a pesar de que se me hacen las piernas agua, no incumpliré mi promesa. Veo tus modelos deportivos, con 12, 15, 30 velocidades. Pero para velocidades, las que me metieron cuando fui islámico, insular sin insulina. No me subo más. No me encaramo más. No me trepo ni me restrepo. Sólo estaré arriba de algo nuevamente, si es horizontal y el sillín de abajo se parece bastante a una mujer, e incluso se llame María, aunque uno tenga que pedalear un poco y la catalina se trabe. Catalina con María, y el guayo que no aparece. Creo que si uno de estos días el presidente de Francia se empeña en darme alguna orden —no que vaya para un sitio, o venga, o me levante o crea en él—, algo como la Legión de Honor o alguna cosa así, con swing, que no pese mucho, y me esté esperando en los Campos Elíseos para condecorarme —o decorarme de Conde—, y hasta el puerco diplomático de mi país lo acepta, no protesta, y espera junto a él, allí en París de Francia, y como condición me pusieran que debo arribar montado en blanca y briosa bicicleta, se van a quedar en esa. Me da pena con el pobre hombre, que a lo mejor le hace ilusión conocer a un cubano simpático y darle algún dinero para que conozca mejor su tierra y todo eso, pero lo voy a defraudar. A la Forever yo no voy más sin Chano. No es que esté dando ideas, ni que sueñe con la Legión de Honor, ni con Leonor de Lyon, ni con la platica que eso lleva convoyado. Si alguno conoce al presidente de Francia, y un día de aburrimiento él pregunta por alguien a quien le gustaría ser condecorado en los Campos Elíseos y eso, pues se lo dejan caer. Pero le dicen que soy un cubano incompleto, que no monto bicicleta. Si el Papa va en Papamóvil, yo puedo coger un taxi.

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