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Querida Cristina

por ENRISCO, Nueva Jersey Parte 1 / 2

Querida Cristina:

Disculpe que no pueda dirigirme a usted de manera más precisa, pero lo único que conozco es su nombre (Cristina), su nacionalidad (española) y el texto de una carta que envió hace unos días a la redacción de la revista Encuentro en la Red ("Es increíble el odio hacia la Isla, no soy cubana, soy española y aunque moleste a muchísimas personas amo a Cuba y admiro a Fidel. En mi opinión todo este odio está provocado por dinero, propiedades, etc., que perdieron los capitalistas con la revolución. Tengo de todo pero donde realmente soy feliz y vivo es en Cuba y sin nada. Estoy cansada del capitalismo, del tanto tienes tanto vales, de la fiebre del consumo. Dejar vivir al pueblo cubano de la Isla, lo que querréis es volver a la Isla, montar vuestros negocios y ganar muchos dólares explotando a los que no se exiliaron. Es una pena que este mundo se mueva únicamente por dinero. Leer Operación Mangosta y Bacardí, dice mucho...")

¿Reconoce el texto de su carta? Pues es a usted a quien me dirijo. Quisiera, en primer lugar, disculparme por la reacción tan airada de unos cuantos de mis compatriotas en contra de su misiva. En realidad, no es que los cubanos estemos acostumbrados a abusar de las damas aprovechando la superioridad numérica. Posiblemente mis compatriotas hayan sospechado que usted trabajaba en Villa Marista —la sede de Seguridad del Estado—, usaba bigote y se llamaba David o Rubén. Yo prefiero no dudar de su identidad y acepto que se llame Cristina, aunque no le disputo el derecho a usar bigote si así le place (siempre que el reglamento de Villa Marista se lo permita).

De lo que se trata es del contenido de su carta. Empieza diciendo "es increíble el odio hacia la Isla" en lugar de decir, como demandan las buenas costumbres, "espero que al recibo de estas líneas su doctor les haya diagnosticado un tumor maligno en el cerebro". Pero vayamos al asunto del odio. ¿Qué es eso de odiar a una isla? Los cubanos tenemos nuestros defectos, pero entre ellos no está lo que de acuerdo a sus palabras podríamos llamar "encono geográfico". Mi querida Cristina, nunca he visto a un compatriota dedicado a la tarea de odiar una península, una ensenada, una falla tectónica y con mucha menos razón la isla en que le tocó en suerte nacer. Lo que es odiar, ni siquiera al Comandante. A él más bien lo queremos, aunque, de ser posible, en Plutón.

Usted dice, mi querida Cristina, que ama a Cuba y admira a Fidel, pero no me queda del todo claro si ha conseguido distinguir al Comandante de la isla de Cuba. El Comandante es un señor ya mayor, de barba, que viste de verde o de traje —si tiene visita— y a cada rato se le ocurre algún genial experimento cuya materia prima siempre es básicamente la misma: once millones de personas. Por su parte, Cuba es "una isla larga y estrecha (1200 kilómetros del Cabo San Antonio, extremo occidental, a la Punta de Maisí, extremo oriental); el ancho máximo es de 210 kilómetros y el mínimo de 32". Que Cuba y el Comandante no son exactamente lo mismo lo podrá comprobar, por ejemplo, en el hecho de que cada vez que éste viaja al exterior la Isla persiste en permanecer en su lugar. Es más, le informo que Cuba es, incluso, anterior al Comandante en Jefe. De hecho, si de él hubiera dependido, el mayor río de Cuba no sería un riachuelo patético como el Cauto, sino el majestuoso Amazonas. Como consecuencia de crear un río de 6500 kilométros en una isla de sólo 1200, nuestros aborígenes, los guanahatabeyes, hubieran tenido que desarrollar ciertas adaptaciones al medio. Con el tiempo hubieran terminado convirtiéndose en focas, como todos sabemos los únicos animales que con el agua al cuello son capaces de aplaudir por cualquier motivo. Luego, al llegar Colón al Caribe, hubiera tenido que seguir hasta Cancún para poder decir aquello de "esta es la tierra más hermosa que ojos humanos vieron" mientras lo rodeaba una muchedumbre de focas pidiéndole que se las llevara con él.

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