| Carta al Pan de Guajaibón |
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| por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona |
Parte 1 / 3 |
Emblemático y cimero Pan de Guajaibón:
Aguantando los deseos de sonarte una mordida, con o sin mantequilla, abriéndote en canal —y no del Cerro o de Panamá— para injertarte cualquier tropiezo masticable, me decido a escribirte, confiando en que te hayan alfabetizado. De modo que, aunque se me haga la boca agua, quiero confrontar contigo ciertos datos que me traen el coco precisamente hecho agua. Déjame ver cómo lo planteo, sin ahogarme, en absoluta apnea, porque, si he de confesarte algo, soy primerizo en esto de hablar con un pan. Por acá me he visto recitándole un poema a un par de hermosas piernas. De jamón. Pero un pan, para mí, es harina de otro zorzal. Y como la corteza no quita lo caliente, tal vez me levadure poco la trovada. Yo siempre hablaba del pan, en torno al pan, frente al pan, en un parampampín de Chano, hasta que decidí perderme de la rumba por otro rumbo.
Vamos a situarte en tiempo y espacio, más en espacio espacioso que en tiempo de ceremonias. Porque has sido pan toda tu vida, pero un pan nada social, usado de diversos modos según la época y no del año. Un pan americano que no han podido rebanar, ni rebajar, ni ribetear, ni robustear. Y mucho menos fachar por su pesada fachada. Tal vez el único pan que tiene el cubano como consolación, perdón, cerca de Consolación. Aunque ese consuelo sea del Sur. A 25 kilómetros de la patria chiquita y horneada de Willi Chirino, que no es pariente de aquel Chirino con su tres. Así que te ubico laboral y geográficamente con estas palabras que parecen escritas por alguien que viajaba en globo, o que andaba comiendo lo que pica el pollo en lontananza: "A lo lejos se observa el Pan de Guajaibón, la mayor altura de la provincia de Pinar del Río, con sus 692 metros de altura, se encuentra en medio de la Sierra del Rosario y la Sierra de los Órganos". Fíjate bien y márcame la trompá, que hay muchísimos detalles sutiles en ese bosquejo boscoso. Y no sé si todo tu problema panamista viene de estar metido justamente entre los órganos de Rosario. Mira que he buscado otras descripciones tuyas, pero todas suceden desde lejos, como si los geógrafos sufrieran un ataque de miedo a que les caigas encima y aquello se convierta en un pan con timba o con membrillo.
Ya medio ubicado en este "desde lejos", que en mi caso sí es literalmente —como si dijéramos en realidad de verdad, o sea de manera palpable y masa real— he de escribir otras informaciones que me sorprendieron al principio, con esa estupefacción que deja, en el primer momento, lo novedoso, que luego se convierte en estupidifacción estupefaciente: estás lubricado terrenalmente en la provincia de Pinar del Río, y ese pedazo —que es como si dijéramos trozo, pero menos sexual— de paisaje fue inscripto —¿en una cripta?— a mediados de la década de 1770 como Nueva Filipinas, ve a ver tú si no vienen de ahí las sucesivas y desgraciadamente clásicas tiradas a mondongo que todos los gobiernos, dictaduras, capitanías generales y doctores, monarquías muy monas, presidencias y cubanos todos, te hemos dado a lo largo, ancho y alto de nuestra histeria insulina. Un lugar que se llame Nueva Filipinas queda mentalmente en casa del carajo, y se convierte en la última baraja. O en "Cenicienta se marchó sin darme tiempo y ocasión para hablar de nuestro amor".
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