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El Nobel y yo

por ENRISCO, Nueva Jersey Parte 2 / 2

Durante bastante tiempo ese fue el principal motivo de las bromas que le hacía a mi compañera de oficina. De nada valía que ella se defendiera mencionando los premios Nobel ganados por húngaros (doce hasta el otro día), o los aportes de los húngaros a la humanidad (el carburador, el bolígrafo, la síntesis de la vitamina C, el reactor nuclear, la computadora y el cubo de Rubik por poner ejemplos). A mí me bastaba con oponerle los aportes cubanos que han asombrado a la humanidad, como la balsa de neumático de tractor, el son, el picadillo texturizado, Ubre Blanca, la Nada (cuya fórmula más elemental es el pan con tortilla sin pan y sin tortilla), las Marchas del Pueblo Combatiente, el sistema de ticket y pre-ticket, los CDR, o la clave cubana cuya fórmula es: pa-pa-pa, pa-pa (suena bastante parecido a una conversación húngara, pero que tiene la ventaja de que se puede bailar). Los húngaros, le argumentaba yo, tan inteligentes que parecían ser, ni siquiera habían sido capaces de inventar un idioma decente o, en su defecto, de tomarlo prestado como habíamos hecho nosotros y hacerle los cambios necesarios para poder cantar guaguancó. Mi amiga me replicaba débilmente que ellos tenían también músicos de la talla de Bela Bartok. Pero claro —le respondía—, Bartok tuvo que dedicarse a la música clásica para disimular su incapacidad de ponerle música a una letra que dijera "teke-peke-meke-teke". Y entiendo a Bartok. Ni Chano Pozo (el autor de Blen-blen-blen, blen-blen) hubiera logrado algo decente con eso. No, de nada valía que mi amiga intentara defenderse mencionando la larga lista de personajes famosos húngaros o de origen húngaro, como Paul Newman, Tony Curtis, Jessica Lange, Bela Lugosi —el más famoso de los intérpretes de Drácula— o el gran mago Houdini. Todos ellos, le replicaba yo, habían tenido que hacerse famosos en un idioma más o menos real. Y sobre la lista respetable de premios Nobel le expuse que ese dato no venía más que a reforzar mi teoría de que el idioma húngaro no existía. Incapaces de comunicarse con lo que ellos llamaban idioma (teke-peke-meke-teke), un buen día decidieron comunicarse a través de fórmulas físicas y químicas. Así que, cuando trataban de decir algo tan elemental como "necesito algo para el catarro", no les quedaba otro remedio que dar con la fórmula de la vitamina C. La necesidad obliga.

Así fue que logré sostener la superioridad de Cuba, la Perla de las Antillas, la Llave del Golfo, hasta que llegó el día en que, como dije al principio, el premio Nobel casi me toca a mí. Y en ese "casi" está la diferencia porque la Academia Sueca, en lugar de reconocerme como representante del pueblo más culto del mundo, le dio el premio a un húngaro. Fue entonces que finalmente firmé mi rendición. Si los suecos —que como no pueden pasear por un parque sin peligro de congelarse tienen todo el tiempo del mundo para pensar en esas cosas— habían determinado no sólo que el húngaro era un idioma, sino que además tenían un representante digno de recibir el premio Nobel, yo debía aceptar mi derrota. Todos los argumentos que había usado anteriormente se volvían en mi contra. Resultaba que Hungría, la Perla de los Cárpatos, no sólo era capaz de producir más científicos con premios Nobel que Cuba presidentes, sino que además podía producir literatura reconocida por tipos cuyas únicas ocupaciones son leer y subir la calefacción. ¿Cómo podía un país con la misma población que Cuba (once millones) e incluso un poco más pequeño, tener éxito en tan diferentes campos? Mi amiga se compadeció de mí y me explicó un secreto de la lengua húngara que quizás explique su reciente premio Nobel e incluso su desarrollo en ramas tan distintas del saber. Resulta que mientras nosotros apenas tenemos una palabra para designar la sustancia que segregan las membranas mucosas de la nariz, el idioma húngaro tiene dos para diferenciar el grado de consistencia de la sustancia: "takony" si se encuentra en estado acuoso y "fika" si ha alcanzado un estado más o menos sólido. Imposible superar algo así. Un pueblo que haya tenido lucidez suficiente para dar nombres diferentes a diferentes estados de una sustancia en apariencia tan insignificante, es capaz de todo. Esa sabiduría está en la base de sus logros, desde el cubo de Rubik hasta los reactores nucleares. De manera que llamo a mis compatriotas a que antes de emprender cualquier tarea de engrandecimiento de nuestra nación le busquen equivalentes a unas palabras que forman la piedra filosofal de la sabiduría húngara: takony y fika. Cualquier sugerencia será estudiada, pues es hora que nuestro país consiga un premio Nobel, ya sea que se lo den al de la farmacia de los bajos o preferiblemente a mí. Para eso, sin embargo, no es recomendable tener todo el tiempo el dedo metido en la nariz buscando material de estudio. Hay fikas tan escurridizos que bien merecen un premio Nobel.

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