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Adicción a la clorofila

Una apelación a la conciencia patria desde la humanidad del bistec que se sale del plato.
por ENRISCO, Nueva Jersey Parte 2 / 2

Ahora, sin embargo, tengo el enemigo en casa. A mi mujer le ha dado por leer un libro sobre el vegetarianismo y ha quedado convencida con los argumentos que se ofrecen en su favor. El segundo paso, como era previsible, ha sido mucho peor: está tratando de convencerme. Y algo peor aún: sus argumentos parecen ser bastante lógicos. El primero es el sufrimiento infinito que el sistema mundial de producción de carne ocasiona a los animales. Los animales son encerrados en espacios pequeños, sin apenas posibilidad de movimiento y a oscuras, un sufrimiento que puede entender cualquier compatriota que haya viajado en un "camello" de noche. Encima, como explica un defensor de la dieta vegetariana, "los terneros son alimentados con leche en polvo. La leche de la madre es demasiado valiosa para desperdiciarla en la cría". Y lo peor de todo: no hay quien le explique a los animalitos cuál es la noble causa por la que están haciendo ese sacrificio.

En segundo lugar, están los efectos nocivos que el consumo de carne ocasiona en el organismo humano. La carne, según explica mi mujer, también modifica, para mal, nuestra conducta, haciéndonos mucho más agresivos y violentos. Me he tenido que quedar callado y ahora, después de darle mil vueltas al asunto, sólo se me ocurre un argumento en contra: Adolfo Hitler.

Existen dos datos personales bastante conocidos sobre el exterminador de media Europa. Uno de ellos es una deficiencia anatómica que no mencionaré aquí para que no nos acusen a mí o a esta publicación de prosaicos. Apenas diré que poseía sólo un ejemplar del órgano masculino que suele venir por pares, y que dicha carencia crea cierta asimetría en la ropa interior. El otro detalle es más escabroso aún: Hitler era vegetariano. De estos dos detalles pueden extraerse un par de interesantes conclusiones: el órgano que nos induce al asesinato no se encuentra localizado por debajo de nuestro centro de gravedad ni se nutre exclusivamente de carne.

Pero hasta aquí llega mi argumentación a favor de los carnívoros, el resto de mi defensa excede la lógica. Ante un buen filet mignon no ando pensando en la cantidad de nutrientes que contiene y en sus posibles efectos sobre mi organismo, sino solamente en el placer que me proporciona. Todo lo que puedo oponer al vegetarianismo es poesía y nada que la lógica de mi mujer no pueda reducir a polvo.

Además de la razón, mi mujer tiene de su parte las estadísticas (decía Mark Twain que hay tres clases de mentiras: las mentiras, las mentiras descaradas y las estadísticas). "Se ha calculado —se dice en el libro que ya cité— que para obtener 500g de carne de animales de cría intensiva, se consumen 2,5kg de cereales, 10.000 de agua, la energía equivalente a 4 litros de gasolina y cerca de 16kg de la capa superficial de suelo". Se me ocurre que eso es más o menos lo que se gasta en Cuba para producir un boniato pequeño o en cada libra de pueblo combatiente que asiste a una manifestación de apoyo al Comandante. Si se le descuentan los cereales, claro está.

Estas estadísticas que acabo de citar son preocupantes. 10.000 litros de agua, 4 de gasolina y 16 kilogramos de suelo es un costo demasiado alto para producir un boniato o una libra de pueblo combatiente. ¿Qué tal si las próximas concentraciones, o tribunas abiertas, o como se les ocurra llamar a las demostraciones públicas de apoyo al Comandante, se realizaran directamente en los surcos? El pueblo allí reunido podría escuchar los iluminadores discursos que se pronuncien, ingiriendo de vez en cuando un boniato tomado directamente de su surco natal. Así la cadena agricultura-agromercado-sistema digestivo se reduciría al mínimo y los desechos de la digestión —de cuyo nombre vulgar es mejor no abusar en letra de molde— serían un subproducto final de la cadena alimenticia y no el principal alimento del pueblo combatiente, como hasta ahora viene sucediendo.

Aprovecho estas páginas para hacer un llamado a nuestros compatriotas que en la Isla viven obsesionados con la carne. No sucumban a sus encantos. Renuncien definitivamente a ella y salvarán al mismo tiempo el planeta y sus almas. Nadie está en mejores condiciones para renunciar a la carne que aquellos que no tienen la tentación al alcance de la mano. Es hora de convertir esa supuesta carencia en ejemplo para la humanidad toda, con la exclusión de los compañeros de la India. Habrá que hacerlo ahora, porque luego será demasiado tarde. Se los digo por experiencia propia. Sin ir más lejos, ahora mismo mi mujer está sacando un par de bistec del refrigerador.

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