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17 estantes de una primavera

De las recomendaciones técnicas a la solidaridad embriagada: circunstancias del exilio y la epistemología nacional.
por ENRISCO, New Jersey Parte 1 / 3

Una advertencia a todos los que en la Isla se están preparando para pasar a mejor vida (es decir, los que se han apuntado en la lotería de visas o andan buscando una carta de invitación o fabricando una balsa, o las tres cosas a la vez): el exilio es duro. Para que se lleven una idea, en el exilio uno puede llegar a sentir nostalgia por Esther Borja o por la música de presentación del Noticiero Nacional de Televisión. Y eso no es todo. En el exilio nuestro mejor amigo puede ser el mismo tipo con el que en Cuba nunca hubiéramos compartido la misma litera en la beca, simplemente porque no encontramos nada mejor disponible por los alrededores (antes de proseguir abundando en el doloroso tema, una precisión semántica: el exilio es para los cubanos aquel lugar donde tres años después todavía no nos hemos aprendido el nombre de todas las frutas que nos encontramos en el supermercado. Patria es, en cambio, donde el propio concepto de fruta está en peligro de extinción. Existe una tercera instancia, Miami, que es el lugar donde por fin comprendemos qué quería decir abuelita cuando ponía los ojos en blanco mientras hablaba de algo llamado "guanábana").

La dureza del exilio puede verse en los más insignificantes detalles. En la Isla, por ejemplo, uno se pasa el tiempo quejándose por todas las cosas que necesita y no tiene. En el exilio uno se da cuenta que cuando tiene apenas un diez por ciento de las cosas que en Cuba añoraba —un equipo de música o un inodoro que descargue, por ejemplo— no le alcanza el espacio para ponerlas.

Llega así el momento especialmente difícil, cuando la mujer, cansada de estar tropezando a cada paso con los libros del niño, le informa al marido que hay que instalar un estante en la pared. El marido debe captar la sutileza so pena de ser descalificado por cualquier comisión de control de calidad de maridos. Eso de que "hay que hacer algo" quiere decir en el código matrimonial que a partir de ese momento el marido deberá poner manos a la obra si no quiere que ese nuevo deber le sea recordado con la misma frecuencia y sistematicidad que el mecanismo del parpadeo. Hay que advertir a los acostumbrados a las tácticas defensivas domésticas vigentes en la Isla, que en este caso el escape es imposible. Uno no tiene a mano ese socorrido recurso, tan común en los confines patrios, que puede resumirse con esta declaración: "¿De dónde voy a sacar las tablas y los tornillos para el estante, mi amor?". En el exilio, las eminencias grises de la globalización se las han arreglado para situar algún lugar donde comprar madera y tornillos en cualquier dirección en que decidas caminar. Y allá se encaminará el cabeza de familia con el mismo entusiasmo que si fuera a comprar la madera y los clavos necesarios para su crucifixión.

El siguiente obstáculo para la erección de un estante es la pared; si se me permite la expresión, las paredes del exilio son una mierda. Para que se capte la idea dentro de la Isla, las paredes del exilio son muy parecidas a los panes que se venden en Cuba. La dureza en ambos casos es aparente, porque apenas se introduce en ellos un tornillo o un diente, respectivamente, tanto uno como otro empiezan a desmoronarse. Por otra parte, tanto las paredes del exilio como los panes de la Isla son igualmente no aptos para el consumo humano, con la diferencia de que las paredes tienen mucho mejor sabor. No importa que estén diseñadas para soportar bajas temperaturas o terremotos, lo cierto es que las paredes del exilio son incapaces de sostener un tornillo por propia voluntad.

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