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Carta al río Cauto

por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona Parte 1 / 4

Anoréxico, sosegado y casi sonso río Cauto:

Y pensar que eras de lo mejorcito que teníamos. Al menos lo más ancho y largo. Lo de salir. Pobrecito mío, que tanto cauto te han cautando los cautantes. Eras más palpable que la batalla de ideas. Y menos dañino para el cerebelo. Pero hoy, eres un río que no provoca risa. Ya no me río casi cauto. No me río Cauto. Te estrechas, te besas marginalmente las distantes riberas. ¿Será por tu carácter? ¿Es precisamente por tu nombre, que cuando se vuelve adjetivo se instala en nuestro pubis, bello como un vello vellaco? ¿Alguien la agarró con tu gordo, amplio, vasto, ancho y pasado de peso estalaje, repleto de jicoteas, manjuaríes, taínos sin cohibas, siboneyes lecuonantes, guayabos blancos y cayos redondos no tan adyacentes que yacían? ¿Te dejaron así tus múltiples hijos, esos revoltosos caños de agua que en geografía se llaman afluentes, aunque cumplan siete años y les tumben el lácteo litro? ¿Te desviaron los recursos para desembocar en la lejana Laguna de la Leche?¿A qué le cantaremos los poetas a partir de ahora? ¿Con qué río me río yo a partir de este momento en que tan amorosamente te han desconservado afaunosamente, que para que una jicotea asome la arrugada cabeza hay que traerle carta de invitación del extranjero? Oh, río mío, frío y sombrío, me da escalofrío el ímpetu con que te entraron, apresando tu coraje, represando tu fluyente H2O. Te han tirado a mondongo. Ya eres historia gracias a la histeria. Y alégrate, que si a pesar de todo hubieras mantenido incólume tu corriente filosófica, te estuvieran exportando, cauto Cauto. Ahora, si escucho aquello de "Cauto proceloso", me entra una desazón de gran simpático que me ahogo. Y no en tus márgenes. Si sigues así, vas a entrar a la historia como un raro logro: el único río del mundo que tiene una sola orilla. La ideológicamente confiable.

Quiero cantarte desde mi limo profundo. Así limo cualquier aspereza que me provoque la distancia, ya que llevo un burujón de años sin meter el pie en tu corriente alterna. Y digo corriente no por vulgar, que en tus buenos tiempos, sin esforzarte mucho, eras el agua más bulgaria que teníamos, pero en vez de Sofía, llegó Flora. "Cada vez que me acuerdo del ciclón", se me encoge, humedece, arruga, achica y "parte el corazón". Mira lo que puede provocar el paso de una mala mujer por nuestro margen marginal, te lleva el matorral de a viaje, y se desprenden, en plena madurez, las jutías congas. De un golpe de macho, y para la conga. Oh, oh, oh. (Sugiero que esta exclamación se lea: "O, OOOOO, OOOOO", como Leonid Brehsniev pronunciaba el símbolo de los aros olímpicos, aprovechando que la hache es sorda. Pero si la han llevado al otorrino, entonces pronunciarlo como si el tabárich leyera el símbolo de los haros holímpicos). Te cayó el ciclón Flora encima, y te hincó. Yo vi pasar aquella vez, alegres vacas azules que aguantaban la respiración —ya llevaban días aguantándola— techos de bajareques, semíes, semisemíes, antisemíes, subsemíes, semíes de marañón, troncos, árboles, troncos de árboles, ramas de troncos de árboles, ovejas con su pareja, latas de sancocho, puercos que no verían ya las latas de sancocho, caballos, caballitos, caballetes con su pintor a remolque, potricos despotricados, elefantes, payasos, tigres con bengala, zines de techo proyectándose con celeridad, y hasta un behique de los últimos, trepado a las ramas de un tronco de árbol, con una lata de sancocho en una mano y un gran tabasco en la boca. Era un behique picante. Ah, y vi también un cocodrilo cruzar bogando ¿vagando?, con lágrimas en los ojos. Pero ese no estaba muerto y remaba que jodía. Oh Cauto. Ahí empezó tu bancarrota.

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