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Carta a Césare Lombroso

por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona Parte 1 / 3

Jetólogo y pisiquiatra Césare Lombroso:

Aunque se dice que fue usted director del Manicomio de Pesaro, seguramente nada le ha pesaro tanto como lo otro: descubrir que mientras más fea es la gente por fuera, más retorcida es también intestinalmente. A una expresión facial ofensiva, terrorífica, afirmó que correspondía cierta peligrosidad estomacal de apaga y vamos, un apeyuncamiento en los cables de adentro directamente proporcional al mamerto exterior. Será por eso que en mi país han limitado mucho lo de la libre expresión, con el benéfico fin de no asustar a la masa y cuidar el medio ambiente. Hoy le quiero consultar algunas de esas cosas, nimiedades craneales, boberías de fachada, sin caer en la próstata, que siempre suena insano y molesto.

Por eso paso a presentarlo al respetable, y ya la gente estará avisada que quien haga muecas se criminaliza. Pero antes de despegar occipucio arriba, déjeme decirle que pensé en usted, y sólo en usted, cuando vi una foto de un conjunto cubano medio musical, una muestra de laboratorio de esos muchachos conocidos como Brigada de Respuesta Rápida, que sin pensarlo dos veces —usted, ellos no piensan siquiera una— la hubiera ampliado, enmarcado, encristalado y colgado en la pared detrás de su escritorio. Aunque viendo la asimetría expresionista del jetario, y la alegre expresión de barracudas en vinagre que tienen los retratados, le aconsejaría que no sólo se limite a enmarcarlos y encristalarlos. Si le alcanza la plata para el proceso, sería más conveniente enrejarlos, por si las moscas. Claro que lo ideal fuera buscar a un taxidermista, y no de los más caros o preciosistas, pero sospecho que ya el formol, a esta altura, no les haría ningún efecto. Ya vienen así, con miraguano adentro.

Por acá en su ficha técnica dice que usted nació en Italia en 1835, y eso me dice que por poco conoce a Rita Pavone; que estudió medicina en las universidades de Padua, Viena y París, y más tarde fue profesor de siquiatría en la misma Padua, que cuando eso, la asignatura llevaba "P", es decir, psiquiatría. De manera que era usted el pisiquiatra que atendió a epe del oblema aquel cuando no se le araba la osa. Pero también impartió medicina forense e higiene, y una vuelta extraña ahí que sí desarrolló usted mismo, en persona, personalmente, ustedmente, para lo cual se aprovechó de su estancia en el Ejército Italiano en 1859 y luego en el almacén de creisis, piraos, sansis, o sea el manicomio: la antropología criminal.

En su siquiatriamiento se puso a mirar de sargento para abajo; les observaba tragar los espaguetis, masticar lasañas a tutiplén, y, en observancia de la forma y tamaño de la quijá o marímbula, la dimensión, ubicación, brillo, movilidad, o desnivel de los picarones y soldadescos ojitos, ya le veía el tronco de criminal que tenían dentro aquellos Giusseppes, y su alegre semejanza a nuestros primeros primates. Y más, en viéndoles los tatuajes, dorsales, pectorales, craneales, hombriles, brazales y antebrazales, sacó conclusiones del cubitaje de puñalás traperas que albergaban en el cubículo donde debía estar en cerebro. Muy bien, Lombro, pero la vida ha demostrado que no todo es así de exacto.

Parece que la onda ejercitaria —por no decir castrense, que me remite a un personaje de su almacén de quimbaos— en que le dio por atar cabos sueltos, y no sólo cabos, sino tenientes, jefes de escuadra, bombarderos y lombardos, paduanos y artilleros, infantes y venecianos, le llevó a la conclusión —algo discutible— de que en la gasolina que hace andar al ser humano hay una bazofia ahí llamada genetismo evolutivo, y que, a partir de algo que bautizó como "estigmas", uno no podía sustraerse a otra maraña que sí es descubrimiento suyo: los atavismos. Y paso a explicar a la plebe, a ver si se me pegó lo atávico y lo estigmatizado: los atavismos son la reaparición de características en ciertos criminales con evidencias físicas, de tipo hereditario, reminiscencias de estados más primitivos de la evolución humana. No es lo usual, pero a lo mejor uno es calcado a Alain Delón por fuerita, y en la entrañable entraña es realmente como King Kong repleto de Coronilla. De modo y manera que si en Coppelia me corta el paso un agente de la autoridad y dice por la cajita negra esa que hace rrrgh grrrroup que "ete é un sujeto con caraterítica", me está llamando, más o menos, Neardenthal. Por la confrontación evolutiva, digo yo, aunque el agente no pueda correr mucho por ciertos ariques en las extremidades inferiores, y un lejano aire cavernario en la sabuesa mirada, entre Altamira, Atapuerca y Gibara, por más señas.

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