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Carta a Félix B. Caignet

por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona Parte 1 / 3

Caneyístico frutero Félix, ¿Bartolo, Bernardo, Bruno, Belisario, Bárbaro, Baldomero, Berto, Basilio, Babalú, Bibian? Caignet. Bueno, Félix B. Caignet, bamos a bejarlo ahí:

Parece que el aire y el ambiente de Santa Rita de Burenes, allá en San Luis —el de las otras Olimpíadas, las diarias, cerca de Santiago de Cuba— estaban muy cargados aquel 31 de marzo de 1894. O el aire tenía yunfa rara, o el horno no estaba para pastelitos, hijo, pero recogiste toda esa malaria ambiental al nacer, y lo peor de todo, la soltaste, la sacaste del buche, dejando a la Isla y a buena parte del mundo como después de un terepe con tu obra. Hasta los chinos lloran con El derecho de nacer, la serie seria con la que le diste la patada a la lata. Y un chino llorando es patético, pues, como tienen tan pocos ojos, el agua se les acumula, les empieza a salir por todo el cuerpo y se ponen mandarinas, pasando de la ictericia natural a un tibio color semáforo que asusta.

La gente cerebral ha dicho —la gente cerebral es esa que en Cuba siempre está cerebrando eventos y jornadas para descelebrar a los demás, y si son de solidaridad, mejor— que hemos tenido tres descubridores: el almirado Almirante, que parqueó en nuestras costas un borrascoso octubre para revisarse sus tres calaveras en un turno ortopédico; el macho alemán al que le dio por escuchar pajaritos y oler jazmines y marabuses desde Pinar hasta Baracoa, el varón Alexander von Humbolt (favor no confundir con el elefante, que es Jumbo), el von (que no es de James) se pronuncia "font", lo que me lo hace un poco catalán, más conocido en la Isla como Humbolt 7, no sé si por la dirección donde vivió; y nuestro sabio más nacional y en camiseta: Don Fernando Ortiz, que sacó los primeros taparrabos al sol, le metió a la nigromancia y al siá cará, y empezó a entender lo que nos esperaba. Para mí tú has sido el cuarto, y no el de fambá, aunque llenaste todo de tarecos y embeles.

Claro que hay detallitos que me gustaría puntualizar contigo, asuntos de agenda —cosas que sólo preocupan a un agende de la autoridad, como al agende aedes enyipi—, boberías ahí que iré desgranando, desde chismes sobre la familia de Don Rafael del Junco, que era un Don nada apacible, pasando por lo asiático y detectivesco, enchinados de camarones con el listísimo Chan Lí Po, hasta enfrutecernos fruternalmente en el Caney, que no hay que confundir con el Caney de las Mercedes. Tu Caney queda pegado a Santiago, y en el otro hace rato que a las Mercedes les dijeron "Benz para acá", y se montaron en un Ford. Que en Cubita no se puede carecer de Caney, esa tortuga de sabrosa carne que va regalando huevos y peinetas. Como tu vida era muy espinosa, entraste en grave contradicción gástrica: coleccionabas cactus pero compusiste ese inventario de manjares dulces, Frutas del Caney, que en este momento es la más popular canción de la ciencia ficción en el país. Usted la canta y la gente comienza a mirar para el techo, como buscando entre las ramas imaginarias aunque sea un pequeño melón. Hasta que se caen de la mata. Prefiero resumir tu canción más recalentada como Frutas del Caignet, que suena casi igual, pero sin indio intermedio.

Vino a quitarte un poco el aire de la paila el primer hit por encima de segunda que diste: La serpiente roja, que en 1937 puso a temblar la tierra con la sagacidad de un sabueso chino, homenaje sentido a esa milenaria y sabia raza, al fósforo que dan el chop suey y las maripositas en salsa agridulce. Y hasta película la hicieron, con lo que le quitaste algunas espinas al cactus estomacal. Por supuesto que, con ese título ahora... hmmm. ¿Un majá colorao? ¿De qué tú tá jablando, mi yijo, hummm? Qué curioso, que La serpiente roja se estrenó, de forma simultánea, en los teatros Payret y Rialto, el 19 de julio. Pusiste de moda lo simultáneo, y eso se convirtió en único. Desde entonces todo suceso simultáneo "se encadena", con lo cual se le va lo espontáneo. Y nada de hablar muy rialto, que te apayretean un pescozón. Dicen que el filme era una bazofia de poca filmeza. En julio suceden muchas de ellas. Y otro detalle: 1937 tuvo también el nacimiento de esa memorable institución que ha sido la Orquesta Casino de la Playa. Cine y buena música. Hmmm. Y uno que yo conozco sólo tenía 9 años y vivía encampado por allá por Gibara, así que no tuvo nada que ver con aquel esplendor, a menos que lo dejen hablar, que es capaz de apuntárselo al pergamino.

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