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Carta a Miguel de Marcos

por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona Parte 2 / 3

Otra cosa fue leer el apellido de tu novela. Cuando vi que el Papaíto era precisamente Mayarí, me le tiré con furia al libraco. Fue una decisión geográfica. De Mayarí se podía ir sin mucha dificultad a Bayamo. En aquella época, digo. Ahora viajar de Bayamo a Bayamo puede costarte un huevo y la yema del otro. Si no te hacen una tortilla en la carretera, para seguir con el ovario.

Papaíto Mayarí, cará. Un libro bueno, de esos que los prologuistas catalogan como "el fresco de una época". Frescos son ellos. Y tú, que lo escribiste fresquísimo de un tirón, de atrevido y ameno. A meno que uno le entre con problemas hepáticos y raciocinio partidista, que no es lo mismo pero es igual. Y mira tú, que gocé como San Gocé leyéndome la vida y milagros de "un buen burgués. Un burgués tranquilo", como si en la revisión histórica que luego nos trajeron los hamburgueses que mandan ahora, todos los burgueses de antes tuvieran que torturar o asesinar a un estudiante universitario en el garaje de sus mansiones. O irse para el Yatch Club cabalgando sobre un dirigente sindical. Nada, una historia como Dios manda, en una Habana como Dios mandaba, con sus pequeñas historias menudas, un poco caricaturescas, desenfadadas y desenfundadas, de antes que mandara un Dios. Y a pesar de este carácter histórico que me mando llegué a querer muchísimo a ese médico tuyo, Federico Mayarí, "Papaíto". Y a Serapio, el sirviente musical, patriótico y sabio. Y sobre todo a Tin Boruga, el estudiante rebelde y ocurrente, empresario aventurero que termina de mendigo, con las patas tronchadas por un tranvía. Es una imagen que se clava para siempre en nuestra naturaleza nacional, de lo que yo también padezco un poco aunque navegue fuera de sus aguas territoriales: Tin se convirtió en eso mismo. Un tin, no de pelota, que eso es team, sino de tiempo y espacio. Un tin a la maraña como la economía cubana. Deshecha, mutilada, mendicante. El hijo de un mambí, recortado como una escopeta de dos cañonas, a la cañona. Un hombre tronchado. Un troncho. Y eso avisaba el laterío que nos iba a caer luego con toda la lata que ha dado uno que yo conozco, burgués poco plácido, libretino desatinado, libretador de ejército. Y eso me hace cantar, con este carácter simbólico y pentagramático que poseo: "En el troncho de un árbol una piñaaaaa...". Que mezcla la fruta con si me pides el pescao te lo doy, para hacer la dieta más de asamblea de balance.

Pero no voy a contar la novela. Que se fuñan y la lean, que para eso se alfalibretizó. Para leer las peroratas delirantes, y aprender a usar faroles chinos.

Como ya estaba enganchado a tu prosaica escribidera, abrí el guante en el center field y cacé en el aire la otra novela, que me obligó a ausentarme tres días del Pedagógico. Casualmente fue cuando estudiaron a Simón Bolívar, pero no lo lamento mucho, salté de Francisco Miranda al payaso que lo interpreta tan bien ahora en Venezuela, así que ya tengo una idea de lo que me perdí. La novela era, cómo olvidarla, si la tengo ahora mismo respirando aquí, en mi catalano palomar, apoyándome en el carácter histórico que poseo, todo un leñazo contra la cerca, un gol de vaselina, un flechazo en la manzana de Gómez. Se llama Fotuto, y es el retrato hablado, conversado, calcado y modernizado de nuestro Liborio interior. Un Liborio poco liboral, hoy que se liboria poco. De modo que pincelaste nuestra alma nacional y la echaste a andar y a luchar. La lucha almada, con Telesforo Caraballo, hijo de Epifanio y Domitila, enfrentado a todo, desde una pantera del circo Montalvo hasta un acorazado yumeismison en el malecón de La Habana. Un digno pícaro golpeado el Caraballo, descendiente quizá del mítico truhán pletórico de cubanía que "mató un gallo y lo peló con agua fría". Antecedente de Trespatines, un poco Bobo de Abela, pero tirando para Guampampiro. En fin, un tierno, ingenuo, dócil, crédulo habitante de esa isla achatada en sus polos acuáticos, abultada en los informes del MINED y el MINAZ, que se llamó Juana, y sigue loca como la reina que le dio nombre. Un paraíso bajo las estrechas estrellas, con una peculiaridad que vuelve idiotas a los Premios Nobel de Economía: mientras más gente se va, más crece el Producto Interior Bruto. Sueno el claxon y regreso a Fotuto, esa maravilla de los primeros años republicanos. Pero paro en el Páramo. Freno y saco la mano. Que nadie se afile los dientes, porque tampoco contaré el argumiento.

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