Martes, 13 agosto 2002 Año III. Edición 430 IMAGENES PORTADA
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Carta a Miguel de Marcos

por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona Parte 1 / 3

Fotutero y pantuflar Miguel de Marcos:

Como yo tengo un carácter de anjá, un carácter casi epistemológico, aunque suene a enfermedad del riñón, aprovecharé este breif (¿será breik, francis breik?) que me das, para soltar la pepechá de mis ideas, porque si hay alguien que haya observado el desenrrollo de los acontecimientos en el país, al menos hasta 1954, que es la primera parte de la zarzuela, ese fuiste tú. Y lo observaste bien apoltronado, yendo a poltronas las cosas desde tu poltro brioso, con los ojos abiertos —no precisamente de mandinga, que esos tienen mala maña— y el relajito Ele Pé Vé en el occipucio, que es como hay que entrarle al majarete. Yo, que soy un poco hemipléjico con el fervor, y que me pongo algo diurético con el entusiasmo, reconozco que le entraste al mambochambo como hay que entrarle, como se pica una panetela. Quiero decir que con jocunda rotundez, para imitarte un poco en el lenguaje donde te burlabas de los gacetilleros de tu época, que si tú supieras, siguen siendo los mismos, aunque a veces los note medio empantanados en la orientación de arriba. Pobrecitos. Perrodictas que son.

Porque yo me conozco mi carácter, muuchaaaaachooooo. Yo, si tengo un defecto, es que sé ser amigo de los amigos. Y tú me caes bien. Debe ser porque hablamos sin tapujos, ambos los dos, y porque le diste en la misma costura a las cosas como periodista. Porque hay que decir que fuiste un periodista de los que le ronca la malanga, y que le agarraste el filo al relajito insular, y con mucho ojo clínico. Con entereza, vaya, que así somos los enterosensuales cuando le partimos pa'arriba a la cañandonga. Así que tú con la garra, y yo con mi carácter, ya verás lo que sale de este encobiamiento. Tal vez algo parecido a la metáfora sublime de un habanero del Puerto, viendo a dos socios que andaban para arriba y para abajo juntos, y que soltó, a todo pulmón, como hablamos nosotros, que en laringe y capacidad de oxígeno no ahorramos, esta joyita: "¿Qué, otra vez la yunta en el misterio? ¿Será que ustedes están enconsortándose para entortillarse?". Lo juro, así sucedió, como para provocarle un infarto a Dámaso Alonso. Y yo crucé la Avenida, busqué un filo de agua putrefacta, y ahí mismo zambullí el Pequeño Larousse Ilustrado, que sólo me había llenado de golondrinos, que me dolían muchísimo, hijos amantes del desodorante de pastica, habían llegado a confundir mi sobaco con "tu balcón sus nidos a colgar".

Te descubrí de casualidad. Entré a una librería y, desde la carátula de un libro, de esos buenos que se despegan, y puedes ir quitando páginas a medida que avanzas, su título me hizo como señales lumínicas. Era Papaíto Mayarí. Lo de Papaíto echó a andar mi albóndiga mental, primero crujiente, congelada, como sin agarrar todavía el sonido preciso cuando la biela se ajusta, pero, con lenta levedad del ser, aceitado con soya —porque yo, con mi carácter, me parezco mucho a John Lennon, ese inglés que han sentado en el parque de la calle 17, en el Vedado, y que dijo una vez que era "un soyador"— hasta que la tuerca traba la muela. Te confieso que estaba yo un poco harto de libros familiares, casi cercanas biografías de procreadores y descendientes. Había repasado Mamita Yunai, la progenitora de Gorki, que se llama La madre (el que le coja el ritmo), Los funerales de la Mamá Grande (que no era el entierro de la progenitora de Gorki), Papá Goriot, Madre coraje, La tía Tula, El padrino, La madrastra, Padres e hijos, La familia de Pascual Duarte, El tío Stiopa, Mi hermana Visia, El Padrenuestro Latinoamericano, Hijo de hombre, La tía Julia y el escribidor, La cabaña del Tío Tom, Querido suegro, Los hermanos Karamasov, Tío Vania, El 18 brumario y La abeja Maya, que no era ariente ni pariente, ni siquiera muy consanguíneo, pero se había convertido en un libro muy familiar. Y hasta esa novela sobre la pelota, que se convirtió en parentela borracha (y masarreaaaaal) La última mujer y el próximo, con bate. Conocía de primera mano los más intrincados disparates de "Papito" Serguera, todo lo referente al Papa y me sabía perfectamente la letra de El abuelo, de Alberto Cortés, y aquello tan tierno que cantaba Trompoloco: "Di por qué/ dime abuelita/ di por qué/ eres viejitaaaaa". En resumen, que estaba de la familia hasta la coronilla.

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