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La épica nacional ya tiene, por fin, su prototipo incombustible: el balsero.
por ENRISCO, New Jersey Parte 1 / 2
Balseros
Balseros

Grecia dio un Ulises, un Aquiles, un Hércules; España un Cid Campeador; Inglaterra un Rey Arturo y un Robin Hood; Suiza un Guillermo Tell. Cuba no se podía quedar atrás en eso de legar a la humanidad un prototipo de héroe épico, mitad leyenda, mitad poliéster. Así que en vez de uno ha dado dos héroes universales. Dos personajes con la paciencia de un condenado a cadena perpetua y la persistencia de un herpes. Algo así como supermanes cruzados con cucarachas, sólo que más resistentes. Dos personajes cuyas aventuras seguirán las futuras generaciones admiradas y devotas: el balsero y la ama de casa.

No conocen descanso ni derrota. Ni el balsero ni la ama de casa se detienen hasta alcanzar su objetivo: Miami o que esa noche la familia coma algo, respectivamente. Hoy nos concentraremos en el primero de estos héroes, aunque ello no indique un orden de importancia.

El balsero resume y concentra las principales virtudes del cubano: decisión, capacidad de iniciativa, arrojo (sobre todo si la mar está picada), tenacidad, persistencia y flotabilidad. Y quien dice flotabilidad piensa en el gran científico Arquímedes en su bañadera, jugando con un patico plástico recientemente patentado por él. Cuenta la leyenda que al ver que cuando intentaba hundir el patico éste salía a flote, se dijo: "Uhm... evidentemente todo cuerpo sumergido en un líquido pierde una parte de su peso, o recibe un empuje ascendente igual al peso del líquido que desplaza", y siguió restregándose. Luego cambió de idea. Decidió que aquello era un gran descubrimiento y salió desnudo de la bañadera —ya para esa época los griegos habían descubierto que bañarse vestido entorpecía el proceso de higiene corporal— gritando "¡Eureka!", que es el equivalente más cercano que había en griego clásico para nuestro "¡Partí el bate!" o "¡Acabé con la manteca!" (es obvio que Arquímedes estaba apurado por patentar su nueva teoría por si lo del patico de goma no daba resultado). Pues bien, los balseros cubanos han invertido el sistema investigativo de Arquímedes. Primero viene la carencia de ropas (y todo lo demás) y después se entregan a las leyes de la flotación.

En la incipiente rama de la ciencia que es la sociología del balsero, suelen ignorarse los motivos que lo hacen emprender su hazaña. Habrá quien piense que el cubano tiene una vocación infrenable por subirse en cualquier OFNI (como ya se sabe, Objeto Flotante No Identificado) para pasar hambre y sed durante días. Aparte de que en Cuba no hace falta subirse a un OFNI para pasar hambre y sed, el cubano no está condicionado genéticamente para recorrer 90 millas en una balsa. Prueba de ello es la innumerable cantidad de cubanos que conozco en todas partes del mundo (Miami, Nueva York, Ciudad México, Madrid, París, Estocolmo y Roquetas del Mar) y ninguno me ha dicho: "Broder, ven a ver el tronco de balsa que estoy armando en el techo".

El balsero, puede concluirse entonces, es una variedad de la especie conocida como "el cubano", pero que sólo consigue esa mutación en su hábitat original. Hay un denominador común que determina la formación del balsero y de su órgano de flotación conocido como balsa: la precariedad. Aunque en materia de balsas hay diferentes escalas y variedades que hablan por sí solas de la condición de sus tripulantes. Hay un viejo proverbio balsero que dice: "dime en qué te vas y te diré quien eres".

Dos son los criterios principales para determinar el linaje de un balsero: las condiciones de la embarcación en que hizo la travesía y el momento histórico en que la llevó a cabo. Los balseros de lanchas rápidas, esos que aparecen en cualquier cayo americano diciendo que su balsa se acaba de hundir, son vistos por los balseros de cámara de camión o armario de la abuelita calafateado como impostores, como una ofensa a la noble condición de balsero. Con sólo observarlos los descalifican en su fuero interno, como mismo el Comité Olímpico Internacional descalifica a los deportistas a los que les encuentran en la sangre sustancias prohibidas, como esteroides anabólicos o uranio enriquecido. La lancha es el doping del balsero y su uso amenaza con arruinar el deporte. Según el otro criterio, el histórico, los balseros del verano de 1994, época en que —como todos saben— fue autorizada por unas semanas la práctica libre del balserismo, son unos plebeyos en comparación con la nobleza que otorgaba la práctica de ese deporte cuando era clandestino.

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