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Carta a Herberto George Wells

por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona Parte 1 / 3

Invisible y fantasioso Herberto George Wells, o H.G.Wells, como más le convenga:

Déjeme decirle que pocos ingleses me han impresionado en esta vida, aparte de usted y mi profesora de 9º grado, que era un poco de Carraguao city. Tal vez me han llegado un poco más por la parte de la música, como los Beatles, los Rolling y Oliver Twist. Pero mire que al final jamás aprendí a bailar twist, porque ya el Mozambique cambiaba un poco mi errónea percepción del mundo. Luego se metieron los cantos de la estepa, y con ese ingrediente cosaco se complicó tanto la cosa, que decidí no entender nada. Tal vez no sea exactamente aversión por lo británico, sino desconocimiento. Las aversiones las ponían en la radio, y eran grupos españoles, fatales todos. Más allá de que allí juegan una pelota parecida a la nuestra y se empeñan en llamarla cricket, o que son una isla un poquito más grande, por donde andaba Sherlock Holmes en trenes más puntuales que el lechero o el de Hershey, no tengo mucha más noción de su país y sus gentes. Sé que tenemos otros puntos comunes, como que a ustedes les pertenece Escocia, y yo en verano me escocía; y que toman el té a las cinco en punto. Nosotros, cuando podemos, vamos a casa de algún "artista", o nos enfermamos. Más tarde bajé secreta envidia por Enrique VIII y su eficaz sistema de callar a las medias naranjas de una santa vez. Lo más efectivo con una media naranja es cortarla y sacarle los hollejos. Mas, en esta bendita hora sigo dudando si el autor de Romeo y Julieta —que es una ópera italiana muy bonita donde se aprende mucho de venenos— se llamaba Shakespeare o Jacques Pierre.

Pero usted me cautivó desde el primer encuentro. Fue con El hombre invisible, que vi de niño en la televisión, y claro, no le reconocí a usted porque estaba todo vendado, con unos pijamas muy raros, y unas gafas oscuras. Lleno de gasas como si se hubiera quemado. Lucía usted muy gasioso. Entonces me entró la majomía de imitarle, y ya verá que por poquito lo logro. El hombre invisible era perfecto para mis sueños de niño decidido a insertarme en un mundo mejor, donde no habría escuelas, ni profesoras pedantes de espejuelos, o espejuelos pedantes con maestros que querían ser creadores, y uno se pasara todo el día jugándose el pellejo por la patria, es decir, con la patria potestad, camuflado, inadvertido, gallinito ciego, buscando el chucho herrera escondido, explayándose a los cogidos, a los pegados, y todas esas maniobras levemente militares que uno hace cuando todavía no le ha caído una cuchilla "astra" en la otra mejilla.

En ese empeño de invisibilidad estaba, intentando transformarme en el hombre nuevo, que parece que para ser transparente, antes de subir a la cinta negra tercer dan y ser un espléndido ejemplar de invisible, tenía previamente que ser un desastre socialista, algo así como "El hombre inservible", pero servidor de un servicio monomental. Pensar con fijeza y candor en una cosa única, que ahora, para colmo, quieren hacer inamovible. Me fui acostumbrando a no estar en los lugares en que se suponía que se debía estar, y ya, cuando comencé a opinar diferente, casi logro que me ignoren totalmente. Ingenuo yo, aunque se dice que "quien tiene un ingenuo, tiene un central", que seguía sin invisibilizarme, descentralizado, y lo que estaba a punto de lograr era imbecibilizarme. Con seguir el cauce normal de los acontecimientos y hacer lo que todos, ya era un cero a la izquierda, y hubiera alcanzado la perfección en la transparencia. Total, en la Isla sólo se ven los bultos, las multitudes y las concentraciones. Mientras más se concentre la gente desconcentrada, más aparece en la prensa. Y para qué cansarlo, en mi retoñez, esos argumentos no contaban. Ser un hombre invisible era siempre mucho mejor que ser El Zorro, con lo caro que se pusieron los antifaces. Vestirse de negro implicaba otros dos grandes problemas: tenías de todos modos que hacerte la foto para el carné de identidad y siempre habría un jodedor que te soltara eso tan reconfortante de "te conozco, mascarita". Así que convertirme en Mascarita Gautier no me volvía loco que digamos. Se sufre mucho. Y se tose. Un problema mayor era ser negro y vestirse.

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